El evangelio de hoy nos deja la lección de vida más importante, nos entrega el secreto de secretos para llegar a ser plenamente hijos e hijas de Dios, para construir esa fraternidad que espejará la comunión total de nuestro Dios Trinidad: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Leo estas palabras y me surge una gran pregunta…
¿Qué sería de mi vida si yo amara como Cristo ama?
Contemplo la vida de Jesús y “leo su amor” en sus miradas, su modo de escuchar, su modo de encontrarse con su Padre, su modo de perdonar, de ponerse en el lugar del otro, de salir al encuentro del otro y esta pregunta va encontrando invariablemente respuesta en la vida de Jesús.
¿Qué sería de mí vida si tuviera la mirada de Jesús? Él, que tuvo una mirada compasiva al contemplar el dolor de la viuda de Naím en el funeral su hijo, al ver la multitud que lo seguía hasta el monte para escucharlo; Él, que tuvo una mirada llena de misericordia al mirar a Pedro cuando cantó el gallo, una mirada liberadora al ver a Zaqueo sobre el árbol. Si tuviera la mirada de Jesús, tendría sobre mis hermanos y hermanas una mirada agradecida y esperanzada, y probablemente me pondría en movimiento para ayudar a que toda esa belleza y posibilidades que contemplo crezcan, florezcan, den fruto.
¿Qué sería de mí si en mi vida, por amor, buscara esos momentos profundos de encuentro con Dios para simplemente estar, escuchar, conectarme con Él?,
¿Qué sería de mi vida si yo escuchara lo que el otro o la otra me está diciendo y “estuviera de verdad escuchando” … dejándome tocar e interpelar por sus palabras, sin defensas, sin filtros, sin prejuicios? Tal vez escucharía a los ciegos del camino que gritan, los gritos de las mujeres apedreadas, los nuevos centuriones sufriendo por sus seres queridos…
¿Qué sería de mi vida si perdonara como Jesús perdona? Seguramente sería una persona más libre, más plena, más feliz… porque los perdones retenidos que robarían la paz, la ternura, la alegría.
¿Qué sería de mí vida, si cuando veo a mi hermano a mi hermana, fatigados de los trabajos de la vida, no paso de largo sino que les preparo comida caliente y los invito a compartir, así como hizo Jesús con sus discípulos en el lago? Probablemente comprendería que el amor que no se hace gestos concretos no trae alivio ni consuelo.
¿Qué sería de mí vida, si asumiera que Jesús amaba al otro en su verdad y con su verdad? Seguramente agradecería ser amado, ser amada allí, dónde estoy y cómo estoy… seguramente me enternecería el descubrir que nuestro Señor ama sin esperar perfecciones sino regalando procesos de santidad, caminos de humanización…
En este día, simplemente hagámonos esta pregunta… y dejemos que nuestra vida responda…