Lc 24, 46-53

¡Qué tentación!

¡No me dejes! ¡No me dejes Señor caer en ella!

Sí, sí, ya sé que no es éste el texto que contemplamos hoy. No habla de tentaciones, pero…estas aparecen en tantos momentos de la vida…
Esta súplica ha brotado en mi corazón al sentir lo fácil que resulta quedarse en la parte superficial de la realidad: “Alzando las manos los bendijo y, sucedió que mientras los bendecía…fue llevado al cielo”. ¡Qué bonito suena! Pero será necesario profundizar un poco.

Gracias Lucas por no permitirnos salir del contexto, por poner ante nuestros ojos la realidad entera, la realidad de que el Cristo que bendice mientras es llevado al cielo, es el Cristo que padeció primero, que fue maltratado y ajusticiado siendo inocente. Es el Cristo que asume el dolor de tantos maltratados a lo largo de la historia y …, también en nuestro tiempo. El Inocente cargado con la cruz provocada por el egoísmo, la indiferencia, la corrupción, la falta de solidaridad y compromiso…de tantos, tantos entre los que también nos podemos encontrar nosotras. ¡Hay tantos inocentes que cargan con cruces que debiéramos ayudar a llevar!

Y resulta que este Cristo es el Cristo Cabeza del cuerpo: “Se presenta una cabeza coronada de espinas, el amo y señor y padre de una gran familia, el que es cabeza de un cuerpo que se llama Iglesia. Y todo ha de cambiar…Todas las miradas de la esposa van dirigidas al cuerpo moral y místico de Jesús” (C 67). Nuestras miradas, nuestras bendiciones, nuestros esfuerzos se ha de dirigir a desvelar y restaurar la belleza del Cuerpo.

El Cristo Cabeza que nos bendice, que bendice a cada miembro del cuerpo, que conoce nuestra debilidad, nos garantiza su ayuda para realizar esta tarea: “Mirad, Yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre”, pero también nos pone una condición: “por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto”.

Permaneced en la ciudad, en esa ciudad donde han dado muerte al Maestro, en ese ambiente donde las fuerzas del mal también actúan. Permaneced, no os vayáis a otro lado, no apartéis vuestra mirada de las realidades de dolor y sufrimiento. Contaréis con la presencia y la fuerza del Espíritu pero es preciso que permanezcáis.

Contaréis con la presencia del Espíritu que ha acompañado Mi camino, que Me ha sostenido en mis noches. PERMANECED.
A pesar de vuestros miedos, PERMANECED.
Aunque palpéis vuestra debilidad, PERMANECED.
Aunque tantas cosas se resquebrajen, PERMANECED.
Donde está amenazada la vida, PERMANECED.
Permaneced en la realidad sufriente y “mi Padre os dará el Don de lo alto” y os hará capaces porque:

“VUESTRA OBRA ES LA MÍA Y LA MÍA Y LA VUESTRA ES LA OBRA DE DIOS…
No puede moverse si no la mueve el dedo de Dios” (C 77).

Una nota para terminar:

¡Qué curioso!: “Los sacó hasta cerca de Betania”. ¿Será que necesitaba refrescar en su memoria que las experiencias de encuentro sustentan la vida? ¿Será que para poder predicar la conversión empezando desde Jerusalén ha sido preciso pasar por Betania?
¿Y no será también que sólo puede bendecir realmente quien ha pasado por Betania y ha aceptado caminar hacia Jerusalén?

Sintiéndonos bendecidas
postrémonos ante Él con gozo,
luego caminemos hacia Jerusalén y
permanezcamos unidas a la Iglesia
acogiendo el Don de lo alto que el Padre nos da.

Carmelita Misionera Teresiana, Europa