LO QUE HAS ACUMULADO, ¿DE QUIÉN SERÁ?

Esta pregunta me interpela, me provoca, me cuestiona, me pone de cara a “la herencia que dejo” y a mi relación con los demás.

En la vida vamos dejando huellas, esa herencia que otros recordarán de por vida. ¿Qué acumulo? ¿Qué dejo? ¿Qué entrego y comparto?  Siempre se deja huella, aunque no siempre sean huellas que valgan la pena recordarlo.

Es que en la dinámica de las relaciones, el problema no está en acumular bienes sino en la forma y modo que dispongo de ellos.

Puedo acumular dinero, ropa, libros, tarjetas, fotos, medallas; puedo acumular logros, éxitos, fracasos, desilusiones. Talentos y dones. Puedo acumular amigos, enemigos, relaciones sanas y tóxicas, rencores, perdones, familia, etc, etc. Cada uno puede anexar sus propias acumulaciones.

Pareciera que cuánto más se tiene, más se vale y más poder se adquiere.

Y este es el punto en el que me quiero detener: EL PODER, LA CORRUPCIÓN, LA MAFIA: ese espacio que hace a la persona “intocable”, “superior”, “poderosa”, “invencible”. O por lo menos así nos la creemos, o nos lo hace creer.

Podría dar vueltas y discurrir sobre tantas formas de abuso de poder y corrupción que veo a diario, que me repugnan, que roban la vida y paz de tantos… ¡Me duele! Es un dolor que me atraviesa, que no lo entiendo, que me llena de impotencia. ¿Cómo es posible que por acumular y tener más y más y más se pisotee la dignidad de otros, se hiera, se calumnie, se estafe, incluso se mate? No, no lo entiendo.

Pero hoy no quiero irme lejos, a realidades que “aparentemente son lejanas”.  Quiero invitarles a que podamos entrar en nuestros propios graneros o incluso fortalezas, y ver de qué están llenos. Hay muchas formas de construir una mafia, y toda gran hazaña empezó con pequeños pasos, con pequeños gestos, con pequeños “acumular”.

¿Adónde nos está llevando el poder: que en vez de crear comunión creamos muros? ¿Hacia dónde derrochamos la vida cuando aún teniendo títulos, “amistades”, cargos, honores, estamos cada vez más solos, más insatisfechos, más vacíos, más enfermos?

Y es que nuevamente la paradoja me confronta: ¡acumulamos para que no nos falte nada y en realidad, de lo valioso u auténtico, nos falta a todos un poco!

¿Será que nuestros graneros necesitan más puertas y ventanas abiertas, más flexibilidad y menos seguridad, desconfianza y soberbia? ¿Más fraternidad y menos soledad? ¿Más perdón y menos rencor?

Hay muchas maneras de excluir, de no compartir la herencia, de vivir en un narcisismo esquizofrénico que nos va quitando la vida.

Creo que una invitación que nos hace este Evangelio ( y bendita Palabra que nos recuerda lo que es realmente importante) es: volver a lo esencial, a lo prioritario, a esos tesoros de vida que sí valen la pena atesorar  y acumular. Porque son esos que se acumulan en la medida que se dan, que crecen cuando se comparten, que se multiplican por la generosidad.

 

“Gracias, Jesús, porque nos recuerdas lo verdaderamente importante:

que todo nos lo das gratuitamente para que lo demos gratuitamente a los demás.

Enséñanos a vivir la teología de la precariedad donde no cabe el acumular

sino el arte de compartir incluso lo poquito que se tenga.

Libéranos de graneros grandes,  pero mesas vacías,

de riquezas desproporcionadas y relaciones vacías.

Libéranos de nuestras mafias interiores, de los gestos abusivos,

de la corrupción descarada de cada día.

Devuélvenos la conciencia de familia, de hogar, de comunidad,

donde todo se comparte en parte iguales, donde nadie se queda sin nada

y donde siempre hay espacio para el abrazo,  la caricia y la libertad.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA EUROPA