En el aire hay un aroma de esperanza, una esperanza que, desde la fe, nos regala la sorpresa siempre nueva de Aquel que cumple sus promesas, porque nos ama.

De eso sí sabía el pueblo de Israel, pues lo vivió. A lo largo de su historia experimentaron la precariedad de quien se pone en camino sin nada, animado y sostenido solo por la fe.

La fe, relata la carta a los hebreos, es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven. En otras palabras, ¿qué es la fe sino la capacidad de lanzarse al vacío sólo con la confianza en que alguien te sostendrá? ¿qué es la fe sino tomar la iniciativa de dejar la propia tierra para transitar por lo desconocido? ¿qué es la fe sino confiar en que Dios hará brotar la vida incluso en un vientre seco y deteriorado por los años? Y es más ¿qué es la fe sino creer que de ese brote florecerá un jardín tan vasto como el océano?

En el pasaje del Evangelio de este día, Jesús habla a sus discípulos de cómo conducirse en vista del encuentro definitivo con El, y explica cómo esta espera, debe impulsarnos a llevar una vida rica en obras buenas; en el fondo es conducirse como si ya todo se hubiese cumplido. Y, ¿en qué consiste esta conducta? Entre otras cosas, el desprendimiento y el valor de lo esencial “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, a donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla”.  Esta actitud no es sólo una invitación a dar valor a la limosna como obra de misericordia, ni a no depositar nuestra confianza en los bienes efímeros, o a usar las cosas sin apego y egoísmo sino es una invitación a seguir la lógica de Dios que no es sino, la lógica del amor.  Nosotros podemos estar muy pegados al dinero, tener muchas cosas, pero al final no las podremos llevar con nosotros. Recordad que “el sudario no tiene bolsillos”.

Por la fe, la esperanza y el amor… fe en Aquel que llama, esperanza de quién confía en la Promesa y amor de que vive ya en el día a día, aquello que estamos llamados a vivir por toda la eternidad. Es por eso el “No temas, pequeño rebaño”, no hay miedo, ni temor en aquellos que vive desde la dinámica del don de Dios en la fe, la esperanza y la caridad.

La vigilancia de los siervos que esperan por la noche el regreso de su Señor. “Bienaventurados aquellos siervos que el Señor, al llegar, los encuentre en vela”; ¿qué hace que aquellos siervos permanezcan en vela en espera de su señor? es la certeza que Él está presente cada día y llama a la puerta de nuestro corazón. Y será bienaventurado quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: es más, el Señor  mismo se hará siervo de sus siervos: en el gran banquete de su Reino pasara El mismo a servirles. felicidad de esperar con fe al Señor, de estar preparados con actitud de servicio.

Ausencia de temor, felicidad, servicio, desprendimiento son fruto de una vida de quien cree, espera y ama.

Señor, ayúdanos a ser servidores fieles.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ÁFRICA