De nuevo en tu presencia Señor, abriendo el oído a tu palabra. Con el deseo profundo de acogerte en mí en este comienzo del Adviento. Cantaremos y oraremos muchas veces estos días: Ven Señor, Jesús”. Y, de verdad, que mi corazón te grita: “Ven Señor, ven pronto Señor”. Ven a este mundo nuestro en el que sigue habiendo mucho dolor, mucha hambre, mucha soledad, muchas fronteras para proteger a los que tenemos bienes que guardar, mucha corrupción…a este mundo nuestro cargado de incoherencias y pecados.

Hay tantas actividades de las tinieblas entre nosotros, tanta necesidad de pertrecharnos con las armas de la luz.

Mientras te grito ven, en mi interior resuena tu palabra:

Espabiladate cuenta del momento que vives.

Yo ya he venido. Sólo puedo seguir viniendo si vengo en ti”.

Esto me hace pensar que sólo tendrá valor mi oración si posibilito que Tú Señor te hagas realidad en mí. Sólo si hago de todo mi ser espacio de acogida a tu presencia, Tú te irás gestando en mí, hasta llegar al momento gozoso en que seas todo en mí y yo quede totalmente vestida de Ti.

Porque, tengo que reconocer que, a mi nivel, yo también participo de las actividades de las tinieblas en todo eso que prefiero mantener oculto porque me avergonzaría si se publicase, en aquellos gestos y actitudes mías que no fomentan la comunión, ni contribuyen a defender y a hacer brillar la dignidad de cada persona, en mi falta de implicación para que a mi alrededor se generen relaciones de respeto, no de dominio o manipulación (Cf. Constituciones II, 12).

¡Espabílame, Señor! ¡Que tome conciencia del momento que vivo!

¡Quiero asumir el protagonismo que me toca en esta historia!

Mi responsabilidad, Señor.

 ¡Que mi oración en este tiempo no sea hueca, Señor!

¡Que vaya acompañada del compromiso por hacer mías tus actitudes

y tu modo de relacionarte!

 

¡Quiero dejar mis viejos vestidos, Señor!

¡Ayúdame a despojarme de los viejos vestidos de la indiferencia,

de mis actitudes egoístas, del afán de tener razón,

del ansía de poder o de poseer!

 

¡Vísteme Señor de tus vestiduras!

¡Regálame el traje de la confianza incondicional en nuestro Padre Dios,

llena de ternura y compasión mi corazón,

dame una mirada nueva

capaz de ver tu imagen en cada uno de mis hermanos y hermanas,

renuévame con una actitud de servicio y entrega incondicional!

 

¡Oh, fuego abrasador, Espíritu de amor!,

desciende a mí para que se realice en mi alma

como una encarnación del Verbo.

Que yo sea para Él una humanidad suplementaria donde renueve su misterio.

Y, Tú, ¡oh Padre!, protege a tu pobre y débil criatura.

Cúbrela con tu sombra. Contempla solamente en ella a tu Hijo muy amado,

en quien has puesto tu complacencia.

 (Sor Isabel de la Trinidad)

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – EUROPA

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