“Dame de beber” – esas breves palabras salen de la boca de Jesús en la escena que hoy se nos dibuja a partir del Evangelio que escuchamos este tercer Domingo de Cuaresma.

Aparece así, sencillo, sediento, necesitado, cansado… igual de desprotegido que los miembros del pueblo en el desierto de la primera lectura. Uno más, uno de nosotros. Solidario incluso en sufrir las incomodidades y necesidades más básicas. Bien diferente en cuanto la confianza en Dios, no le tienta como los Israelitas.

Dame de beber. Jesús sale a mi encuentro en esta escena y me pide respuesta. Sale a mi encuentro en mi día a día. En las situaciones concretas. Y es que me sorprende mientras “salgo a buscar el agua para saciar mi sed, para llenar mis vacíos”.

¿Sabré, igual que la samaritana, reconocer mi propia pobreza, mi necesidad? Reconocerla para yo pedirle a Él que sacie mi sed. “Para siempre, para siempre”.

Dame de beber. ¿Sabré darle el agua que necesita? ¿Abro el oído a lo que me está diciendo Cristo en mis hermanos? Quiero oír a los sedientos, darles a ellos el agua viva que me ha sido dada sin yo merecerla.

Jesús solidario en las penas.

Y porque Él se hace fuerte en mi debilidad – “estando nosotros todavía sin fuerzas” – obra en mí para mi bien y el de mis hermanos.

La lectura de la carta a los Romanos viene a subrayar la misericordia y la bondad del Señor, presto a darnos lo que necesitamos, presto a dar su propia vida por nosotros sin nosotros merecerlo.

“Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

La prueba del amor de Dios para con nosotros: Cristo. La esperanza y la garantía de alcanzar la gloria de Dios. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado. Dios generoso, amor sobreabundante. El agua viva que ha prometido a la samaritana. Don sobre don. Gracia sobre gracia. Que sepa yo ahora, Señor, compartirlo con mis hermanos. Zambullirme en la fuente de agua viva que es Cristo para empaparme y convertirme en Él. Dejar que se derrame en mi corazón y que desborde y inunde las vidas de los que se me acercan. Amén.

Carmelita Misionera Teresiana

Photo by Dave Francis on Unsplash