Iniciamos hoy esta semana santa 2020.

Queremos vivirla en comunión con Dios Trinidad y en sintonía especial con Jesús. Queremos contemplar, acompañar, dejarnos confrontar por su modo de entender y asumir la vida.

Queremos aprender de Él que descubrió en lo más hondo de su ser hombre la mejor imagen del Padre Dios. Y…queremos hacerlo en comunidad y como comunidad. En familia.

La mayoría de nosotros/as hemos vivido muchas semanas santas y “mucho de todo”, no dejemos que eso sea obstáculo para acoger la NOVEDAD que en este momento Dios quiere aportar a nuestras vidas.

El Espíritu todo lo hace nuevo “¿Lo crees? Créelo y será realidad”.

Vivimos tiempos complicados. Todos lo son. Nos ocupa y preocupa la pandemia de coronavirus –y, no es para menos-, pero no podemos olvidar que en nuestro mundo siguen muriendo miles de niños al día de pura hambre, no podemos olvidar que miles de personas – especialmente mujeres y niños- sufren la lacra de la trata para todo tipo de explotación, no podemos olvidar a tantos y tantos hermanos nuestros que deben abandonar sus países en busca de un futuro mejor para ellos y sus hijos, no podemos olvidar tanto y tanto sufrimiento… No podemos olvidar y también tenemos que reconocer la parte de responsabilidad que nos corresponde en que todo esto suceda en nuestro mundo, cerca y lejos. Atrévete a preguntarte en cada una de estas situaciones:

“Señor ¿qué harías Tú en mi lugar?” (Alberto Hurtado).

Él vino para “darnos vida y vida en abundancia”, aunque su compromiso con la vida le supuso atravesar la muerte.

No nos dejemos dispersar por otras palabras, otros rumores, otras noticias. Desconectemos los móviles, olvidemos el whatsapp…dejémoslo descansar hasta la Pascua. Recuperemos, al menos durante esta semana, los valores de solera que la vida religiosa ha mantenido en el tiempo: la austeridad, el silencio, la oración… y todo para potenciar los encuentros, pero los encuentros de hondura donde nos compartimos desde dentro, donde regalamos vida, donde Dios disfruta y se expresa. Centrémonos en lo que celebramos, con seriedad, con profundidad. Hagamos silencio para que Dios –que siempre nos habla- pueda hacer llegar su voz a nuestro corazón. Acojamos la soledad como preparación de los espacios para el encuentro y la comunión. Y pongamos nuestra mirada en Él y en quienes Él nos invite en estos días. Sumerjámonos en su misterio.

Celebremos sin prisas, con calma, en profundidad, la liturgia de estos días.

HIMNO: Este himno nos introduce en el misterio de la muerte y de la resurrección de Jesús. Unidas a toda la Iglesia cantemos con devoción.

¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto con su sangre
como varón que pisa los racimos.

Este es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos.

Este es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su Elegido.

Este es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

Él, Cristo, es la Palabra, la Palabra que alumbra a todo hombre.
Su modo de vivir y de afrontar las consecuencias del mismo,
debe iluminar nuestros pasos, nuestras decisiones, nuestra vida toda.
Es el que “a precio de su muerte”, compra la paz y libra a los cautivos.
¿Qué precio estás pagando tú por mantener la paz,
por liberar a quienes cerca de ti viven cautivos de tantas cosas?

¿Estás dispuesta a pagar un alto precio por humanizar la vida a tu alrededor?

¿Por sembrar la paz, la paz fruto de la justicia y la verdad,

no de las componendas y del no me meto contigo para que tampoco tú me cuestiones?

“Está ardiendo el mundo” como diría Santa Teresa, no es tiempo de mediocridades, sino de determinaciones. No de buenas intenciones, sino de opciones reales que comprometen la vida.

¿Estás realmente dispuesto/a para jugar esta partida?

Si lo estás, empieza ya. Él será tu fuerza.

En caso contrario ¿para qué seguir?

SALMODIA

Ant. 1. A diario me sentaba en el Templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA
Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros (Jn 15, 12).

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Ant. A diario me sentaba en el Templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

¿Para qué y para quienes estás siendo luz?

Oración: Protege, Señor a todos los que se acogen a Ti. Protégenos cuando nos jugamos el tipo, la fama, la vida, por colaborar en tu obra. Gracias, Señor porque sabemos que Tú proteges muy especialmente a aquellos a quienes nadie protege, a quienes nadie recuerda. Podemos orar por aquellos que llevamos en el corazón y muy especialmente por los que sabemos que nadie recuerda, pero son los preferidos de Dios.

Ant. 2. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Salmo 15 – EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD
Dios resucitó a Jesús, rompiendo las ataduras de la muerte (Hch 2, 24).

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Ant. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Ant. 3. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Cántico Flp 2, 5-11 – CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre—sobre—todo—nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Ant. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Hagamos silencio. Detengámonos en esta tarde y dejemos que cada una de las frases de este himno cale en nuestro corazón y confronte nuestra vida. Este es el modo cómo eligió vivir Jesús y del que tan lejos estamos la mayoría de nosotros. Tomemos conciencia de nuestra realidad y pidamos a Dios que nos convierta a su modo y a su estilo.

LECTURA BREVE 1 Pe 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Ya de antes de la creación del mundo estaba él predestinado para eso; y al fin de los tiempos se ha manifestado por amor a vosotros. Por él creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo glorificó. Así vuestra fe y esperanza se centran en Dios.

“Haceos todas criadas, esclavas, servidoras la una de la otra; tomad de las manos la una a la otra todo lo más vil y penoso.” (Francisco Palau, C 7)

Jesús al contemplar en tu vida,
el modo que Tú tienes de tratar a los demás,
me dejo interpelar por tu ternura,
tu forma de amar nos mueve a amar.
Tu trato es como el agua cristalina,
que limpia y acompaña el caminar.

Jesús enséñame tu modo
de hacer sentir al otro más humano.
Que tus pasos sean mis pasos,
mi modo de proceder.

Jesús hazme sentir con tus sentimientos,
mirar con tu mirada,
comprometer mi acción,
donarme hasta la muerte por el reino,
defender la vida hasta la cruz.
Amar a cada uno como amigo
y en la oscuridad llevar tu luz

Jesús enséñame tu modo…

  • Compartimos nuestra oración.
  • Terminamos rezando juntos/as el Padre Nuestro.
Jesús yo quiero ser compasivo con quien sufre
Buscando la justicia, compartiendo nuestra fe
Que encuentre una auténtica armonía
entre lo que creo y quiero ser.
Mis ojos sean fuente de alegría,
que abrace tu manera de ser.

 

Jesús enséñame tu modo…

 

Quisiera conocerte, Jesús, tal como eres.
Tu imagen sobre mí es lo que transformará
mi corazón en uno como el tuyo
que sale de sí mismo para dar;
capaz de amar al Padre y los hermanos,
que va sirviendo al reino en libertad.