LO QUE AMO PROFUNDAMENTE INCLINA MI VIDA EN ESA DIRECCIÓN.

 

 

Iniciamos nuestro momento de oración con el canto: Oración a Cristo del Calvario (Cristobal Fones, SJ).

 

La afectividad es el centro de la persona. “Lo que amo profundamente inclina mi vida en esa dirección”. En muchas ocasiones hablamos según los grandes principios, pero actuamos según los grandes sentimientos. Entre la palabra y la acción está el corazón y lo que encamina nuestras vidas. (Y ojo, una amputación de los sentimientos, un endurecimiento de corazón también conduce y orienta nuestro camino y muchas veces no lleva por donde no quisiéramos ir, sin poder evitarlo).

En algunas ocasiones nos encontramos con personas que toman de repente decisiones inesperadas que sorprenden a todos. Un divorcio, un abandono de la vida sacerdotal o religiosa, o un cambio de trabajo, de amigos, de prioridades, de carácter, de personalidad. Nada denotaba (aparentemente) un deterioro progresivo que presagiase esa ruptura. Y decimos “fue de repente”.

Pero las cosas no se dan de repente, en lo profundo y subterráneo el mundo afectivo gritaba y se revelaba, hasta que en un momento inesperado rompieron las apariencias y saltaron a la superficie, para sorpresa de todos e incluso de la misma persona, como le pasó a Judas, y también a Pedro. Los consejos de los amigos, las promesas y propuestas ya no pueden hacer nada. Los sentimientos han decidido por la persona. Queriendo o sin querer, la decisión fue tomada.

Por la hondura del corazón pasan constantemente sentimientos, pasiones, estadios de ánimo, deseos, caprichos, que van configurando nuestro mundo afectivo. Solo cuando dejamos que Jesús penetre en nuestros sentimientos y en nuestra afectividad podemos ser sanados, liberados y así, darnos sin reservas y por amor a todos nuestros hermanos.

  • ¿Qué dicen y reflejan de ti tus decisiones? ¿Por dónde y a qué/quién te han llevado tus decisiones? ¿Estás conforme? ¿Cuáles son las emociones que te dominan, te seducen, te liberan?
  • ¿Nunca te preguntaste por qué contestaste de esa forma o reaccionaste así ante tal acontecimiento? ¿Por qué tal persona te genera rechazo, rabia, curiosidad, indiferencia? ¿Nunca te encontraste diciéndote a ti mismo “yo no soy así”, “yo no soy una mala persona”? O bien, ¿nunca sentiste que podrías haber actuado diferente o callado más o hablado más en tal circunstancia?

Detente unos minutos y responde en tu interior estas preguntas. Porque si te miraras como Dios te mira podrías acoger tu verdad sin miedo a la trasparencia y con la certeza de que para Dios nada es imposible y que siempre hay oportunidad de cambiar, de crecer, de sanar, de madurar, incluso a los 30, 70 u 80 años.

 

Luego de unos minutos de silencio para responder dichas preguntas, escuchamos el canto

Si te miraras como Dios te mira.

 

Leemos el Evangelio y meditamos sobre las emociones y decisiones que llevaron a Pedro, Juan y Judas a actuar como actuaron.

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38)

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: – «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: – «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús: – «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: – «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
– «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: «Donde yo voy, vosotros no podéis ir»»
Simón Pedro le dijo: – «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: – «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». Pedro replicó: – «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti». Jesús le contestó: – «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

Nuestra afectividad necesita relaciones hondas. Por supuesto, la primera relación a la que hay que dar tiempo de calidad, no las sobras cansadas de nuestro día asaltado por un ritmo frenético, es al encuentro explícito con Dios en la oración, para que podamos vivir todo el día en el sabor de ese encuentro.

La verdad y el amor liberan. En el momento en que Jesús le dice su verdad a Judas y a Pedro, los libera de una imagen asfixiante, de una máscara engañosa. Con la verdad los dignifica, los humaniza, los libera.

La relación profunda con Dios y las relaciones humanas verdaderas, que nos dan alas y raíces, al mismo tiempo, nos ayudan a liberar nuestro corazón de ataduras malsanas y nos ofrecen la posibilidad de construir una afectividad como la de Jesús. “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5).

¿Qué te dice este Evangelio y la reflexión propuesta?

¿Cuál es esa verdad que necesitas abrazar para que Dios pueda liberarte? ¿Cuál es esa verdad que puede hoy reconciliarte con tu familia, amigos, comunidad, incluso contigo mismo?.

 

COMPARTIMOS ESPONTÁNEAMENTE LAS MOCIONES DEL ESPÍRITU EN ESTA ORACIÓN, Y LO HACEMOS CON NUESTRA PLEGARIA Y ACCIÓN DE GRACIAS.

A cada petición respondemos:

“tu Palabra, Señor, es la verdad y tu luz, nuestra libertad”.

Terminamos nuestra oración con fragmentos del texto de Santa Teresa, en las V moradas:

“(…)  Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia (…).

Pues crecido este gusano ­que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito­, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo.
En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo. Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer: que Su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras (…).

Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que sabéis; que ¡así obrásemos como sabemos y somos enseñadas de lo que hemos de hacer! ¡Muera, muera este gusano, como lo hace en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis cómo vemos a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo está este gusanillo en este capucho.
Mirad que digo ver a Dios, como dejo dicho que se da a sentir en esta manera de unión.

Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que cuando está en esta oración bien muerto está al mundo: sale una mariposita blanca. (…) Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien ­de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no le merece­; vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y de morir por Él mil muertes”.