La Ascensión del Señor

Reflexionando sobre la lectura de hoy del Evangelio de Mateo presenta la despedida de Jesús – una experiencia «dulce-amarga»; el envío de sus discípulos – una nueva forma de presencia; y una seguridad – un motivo de alegría.

Normalmente, cuando alguien se va, o se marcha, especialmente cuando ese alguien es querido o cercano a nosotros, el sentimiento natural que se despierta en nuestro interior es de dolor, porque vamos a estar lejos con la persona que amamos y la posibilidad de no verla durante mucho tiempo o, tal vez, de no tenerla cerca realmente como antes.

Por otro lado, lo sabíamos, que ese alguien se va a un lugar mejor que el actual. Una experiencia «dulce-amarga», similar a la de los discípulos en la Ascensión de Jesucristo.

Después de estar con Él durante cierto tiempo, escuchando su enseñanza y aprendiendo de Él y siendo testigo de su pasión, muerte, resurrección y ahora de la ascensión…

La misión de Jesús ha terminado, ahora es el momento de volver al Padre. Él nos recuerda a sus discípulos y a nosotros nuestra culminación, el final de nuestro viaje es el Padre. Los Hechos de los Apóstoles relatan este acontecimiento como la separación final del Señor Jesús a sus discípulos «… mientras ellos miraban, fue elevado, y una nube lo apartó de su vista… (cf. Hechos 1, 6-9). Es una separación, pero será en una nueva forma de presencia y con gran seguridad.

Antes de ser elevado al cielo, Jesús encomendó a sus discípulos una misión inmensa e ilimitada: «Se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra… Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado…» (cf.Mt.28, 18-20).

Nos recuerda la misión de la Iglesia; «ir adelante», una Iglesia siempre en marcha; llevar sus palabras de salvación, servir, amar, dar testimonio de él y encontrar al mismo Jesús en los rostros concretos de nuestros hermanos y hermanas. Aquel que está vivo y presente en la Iglesia, en su Cuerpo místico: «… Yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos». (cf. Mt.28, 20).

Este «nuevo camino de presencia» asegura a sus discípulos y a nosotros, el Espíritu Santo para acompañar, guiar y estar con nosotros. Esta seguridad es motivo de alegría y consuelo para no temer y sentir que estamos solos porque Jesús ascendió al cielo.

En cambio, nos dice que está presente y conoce nuestra realidad, nos da fuerza en nuestra desesperanza, caminando con nosotros en tiempos de tribulaciones y animándonos en un momento desafiante en la misión y en la proclamación del Evangelio.

Que la fiesta de la Ascensión vuelva nuestra mirada al cielo, para recordarnos nuestro fin último, que es el cielo, un Padre que nos espera. Y que mantenga ardiendo el fuego dentro de nosotros para continuar con la misión que el Señor Jesús nos confió a todos y cada uno de nosotros, llenos, y con el celo del Espíritu Santo.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ASIA

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