No puedo no empezar este testimonio compartiéndoles dos cosas que me atraviesan profundamente.
I.- Ayer, dentro del marco de la semana de concientización de la Lucha contra el tráfico humano, leía que en el mundo hay 40 millones de víctimas de este infierno. Mi corazón de madre se destrozó al leerlo. ¡Cuánta impotencia! ¿Cuánto dolor!, y frente a esto, termino postrada y en silencio ante el profundo misterio de la oscuridad y el dolor. Tengo 40 millones de hijos que amar, que abrazar, que cuidar, que sostener; sufriendo, heridos, con miedo, y quizá mucho de ellos agonizando; de los que siento comprometida y obligada por el amor a defender y a ser su voz.
II.- Se me va la vida en ello, y no tengo miedo de entregar la vida para que ellos vivan, de alzar la voz para que el mundo crea. La entrego libremente y por amor. Si no lo hiciera, perdería mi chispa, mi esencia, me perdería por completo. No puedo hacer otra cosa, incluso “aunque el mundo próximo” no lo entienda. No hay tiempo que perder, no hay tiempo para vacilar, cada minuto cuenta, y el tiempo que tarde son vidas que se pierden, son sueños que mueren, son heridas que permanecen abiertas. No puedo hacer otra cosa, ¡la Iglesia me destroza por dentro con sus gritos!
Bueno, continuando con mi testimonio anterior, y recordando la frase del Padre Palau:
“Nuestro corazón fue fabricado para amar y ser amado,

y solo vive de Amor”

… creo que puede ser una buena frase para entender la profundidad del milagro que Dios ha obrado y obra en las víctimas de tráfico humano, de sus hijos, mis hijos, en sus favoritos y predilectos. Antes de decirles yo cualquier cosa, quiero compartirles un testimonio de uno de mis hijos, que, por guardar su identidad, seguiremos llamándole María. Ella para que no le mataran sus verdugos intentó suicidarse, pero el equipo la rescató en ese momento (murió días después), y tuve el privilegio de acompañarle en su agonía.
“Mamá Ángel, perdón por haberte fallado. Tenía miedo, van a matarnos, y preferí hacerlo yo a que ellos lo hagan, porque será horrible. Pero me salió mal. Gracias por tu carta, tenía ganas de hablar contigo, de escuchar la voz de quien me salvó de ese infierno.

¿Por qué me amas? A los que son como yo nadie los ama, a nadie le importamos. ¿Por qué me amas? ¿No te doy asco? Es raro cuando pienso que alguien me ama… emm, mamá ángel, ¿qué es el amor? ¿Por qué me dices que me amas? Pienso en ti, que como serás, como es tu mirada, tu cara, tus palabras. Tu eres valiente yo soy cobarde, y no puedo vivir. No puedo, ellos son poderosos y malvados, ellos siempre ganan. Tú me has dado la vida otra vez, no quiero morir, mamá Ángel, no a mano de ellos.

Me gusta eso que me escribiste: que soy valiosa. Es la primera vez que alguien me dice que mi vida es valiosa, que soy un tesoro, que soy bella. Quisiera escucharte decírmelo y grabarlo en mi corazón. Suena bien y si tú lo dices es porque es verdad. No te conozco, pero desde que me salvaste sé que puedo confiar en ti, y en nadie más que ti, en quién me ama, y que tu no me harás daño como esa gente, tu no me abandonará jamás. Aquí no sé en quién confiar, tengo miedo de todos, ellos están en todos lados, en mi cabeza, en mi cuerpo, en mis sueños, en todos lados, no me dejan en paz.

Acepto ser tu amiga y que me acompañes en el camino. No tengo amigos. La gente que me usaba no son amigos. ¿Y quiénes son esas tías y abuelas? ¿Puedo elegir la abuela? O bueno, las dos y a todas, si todas me aman, las quiero a todas. Es que tengo miedo y necesito de todas para que no me encuentren, para que me salven de los monstruos. ¡Por favor! Y ese Dios ¿quién es? Yo no lo conozco, pero le puedes decir que me dé su fuerza como a ti, me haga valiente como tú. Que me quite el miedo. Díselo, si te lo dio a ti, a lo mejor me lo dé a mí. Y así, yo te prometo que haré esa declaración.

No es que no quiero ayudar a esos otros niños, pero tengo mucho miedo. Yo quiero vivir, te lo juro, pero tengo miedo. Ahora que alguien me ama, ya no quiero morir, ayúdame mamá ángel, ma, por favor”. (murió días después, sabiéndose profundamente amada y derechito a los brazos de Dios).

El testimonio habla por si solo, María, mi hija, mi pequeña, me enseñó que lo más importante, además de las terapias, medicamentos y entrevistas, es el AMOR. Sin una experiencia de saberse amado, de hogar, de familia, no hay reconstrucción y por ende, no hay libertad. El amor urge, me quema por dentro, me cuestiona, me revela, es anuncio y denuncia de lo que estamos olvidando. Ellos, mis hijos, me enseñaron en el día a día que, “el rescate” es el primer eslabón de la cadena y un primer paso hacia la libertad, pero no es el único, no es “tarea cumplida” ni consuelo de la conciencia. ¡Cuántos de mis hijos aún siendo liberados siguen prisioneros del dolor, de las sombras de los monstruos, de las cicatrices y corporaciones, del miedo y la desconfianza, de las violaciones y torturas, del terror y del infierno!

No es un camino fácil, todo es tan poco a poco y al ritmo de cada vida, al ritmo de amar, de respetar, de estar y seguir estando, de acompañar sin forzar. De Amar y seguir amando.  No es un camino fácil, pero les aseguro que es realmente apasionante y profundo. Rescatar, acompañar, restaurar, capacitar, reinsertar, es verdad que son los pasos básicos que conducen a la libertad integral de las víctimas, pero hay un paso, que falta y que para mi es el más importante: EL AMOR, LA FAMILIA, EL HOGAR.

Soy testigo de ver ponerse de pie a mis hijos sólo cuando han hecho experiencia de sentirse amados, soy testigo de cómo solo los fantasmas del pasado empiezan a esfumarse cuando el abrazo del amor y la presencia de una familia te garantiza que nunca más estarás solo. Soy testigo, y quiero gritárselo al mundo, de que incluso los que estaban agonizando han muerto en paz cuando escuchaban al oído “te amo, eres amado”.

Como inspiración de Dios, como aleteo de su Espíritu surgió la idea de la creación de los hogares María y José (ya que, para resguardar sus identidades, en los testimonios, cada niño y joven era José y María). Hogares con calorcito de familia, con espacios cuidados y acogedores, personales y de intimidad, cuidados hasta el más mínimo detalle. Y fue en estos mismos hogares donde mis hijos volvieron a ser niños y jóvenes, y no “adultos encerrados en cuerpos de niños”, volvieron a reír, a jugar, a hacer travesuras, a pelear, a hacer berrinches, todo lo propio y digno de la inocencia de un niño. Que feliz me quedaba cada vez que, al hablar con ellos, experimentaba ese rayito de luz de inocencia y de vida que comenzaba a despertarse en cada uno de ellos. No puedo explicarles con palabras lo orgullosa que me han hecho sentir mis hijos, porque celebro cada esfuerzo y logros de ellos, porque se merecen vivir en paz, ya han sufrido demasiado, ya han perdido mucho. Para ellos, tener una familia era el mayor tesoro recibido.

Aún recuerdo las palabras de uno de mis pequeños cuando agonizaba: “gracias mamá por esta familia, aunque estoy muriendo hoy se que para alguien existo. Tenía miedo de morir y de que nadie supera que existo”. Palabras así han destrozado una y otra vez de amor mi corazón. Se los prometí y es una promesa eterna: Mamá Ángel jamás los olvidará. Nunca. Sé que la abuela de los brazos largos tampoco es una certeza, y quizá algunos tíos y tías tampoco, estoy segura. El amor pone de pie, el amor da alas de libertad, el amor es capaz de sanar las heridas que lastiman. Yo he hecho experiencia de esto y me siento reconstruida, renovada, llena de vida. Y esa misma vida que me desborda es la que me urge darla, no puedo encerrarla, ni distraerme en pequeñeces ni mezquindades, amo tanto la vida que solo puedo darla, libremente y por amor, por ellos, por mis hijos, por mis hermanas, por mi familia, por la Iglesia, por todo el que Dios me presente en el camino.

Termino haciendo este llamado de atención. Estos hogares hoy ya no funcionan. El miedo, la cobardía, el “chusmerío”, la ”corrupción y el poder” le han arrebatado a los niños y jóvenes esa posibilidad de saberse en familia, esa reconstrucción integral. No puedo no decirlo, me quema la garganta, se me escapa como un grito. Daría lo que fuera por devolverle a los niños lo que más necesitan. Haberles rescatado es solo el primer paso y no podemos abandonarlos en el camino. Me rebelo a que así sea. Miro mis manos y veo la sangre derramada como “Cuerpo que somos”, veo cuánto nos cuesta salir de nuestras comodidades, heridas, cuán centrados estamos en lo propio, en lo individual y a veces, hasta egoísta. Y sufro por ello. Solo quiero invitarte a que despiertes, a que te comprometas a fondo, a que dejes de perderte en detalles sin importancia, a que rompas las murallas que te impiden la entrega. Esta y otras muchas situaciones urgen, no pueden esperar. Porque mientras te decides a hacerlo, el tiempo pasa, y ellos no esperan, sus vidas no esperan, la maldad no espera, la corrupción no espera. Y sin darnos cuenta quizá, como Esposo/as de la Iglesia nuestras manos se van llenando de sangre, de vidas inocentes y vulnerables

¡Despierta, por favor, despierta! En tu entorno más próximo hay alguien que necesita que te olvides un poco de ti mismo/a y salgas a su encuentro, que le digas que le amas, que es valioso, que le acompañes.

¡Él te espera!  ¡Cristo Iglesia te espera!
Creo que cuanto más carga un ser una limitación o una herida, tanto más ese sufrimiento lo precipita en el corazón de Dios. Hay siempre una relación infinita entre el abismo en el que el hombre vive y la ternura de Dios. Nunca un hombre será más herido por la vida que amado por Dios. Nunca.

Marcela Macagno, CMT

Versión descargable:

Testimonio 2