Siento la necesidad de compartir con ustedes lo que ha significado para mí este paso de «Dios-Iglesia”, pero no sólo lo que ha significado para mí, sino lo que siento que ha significado para nuestra familia religiosa. Dios ha irrumpido en nuestra historia con una realidad impensable, que llegó de repente, nos abrió los ojos y nos enseñó, en lo concreto, lo que es la liberación, la humanización, la dignidad de las personas, el bien, el mal… términos que, a la luz de esta realidad, debo confesar, se veían reducido sólo a palabras, hasta HOY.
En este HOY, que nos ha regalado el Señor hemos transitado desde las tristezas más profundas ante el abuso, la explotación, el dolor y la muerte de seres inocentes, hasta las alegrías más sinceras frente a las noticias de liberación cuando los números iban sumando, tomaban cuerpo, tenían nombres… se dice fácil… pero no lo es: 8.126!!!

¡ HOY !

En este HOY que nos ha regalado el Señor, he podido ver lo mejor y lo peor de nosotras mismas: de lo peor prefiero ni hablar porque duele y duele mucho y no creo valga la pena darle prensa; pero de lo mejor SÍ que vale la pena hablar y siento una alegría inmensa de pasar del silencio inicial a proclamar “desde las azoteas” el inmenso orgullo que siento de ver a mis hermanas dar la vida en esto, tener la oportunidad de ser testigo del paso de un “ángel” por la vida de esos niños y de todas las personas implicadas; sentir orgullo por quienes debieron asumir la “primera línea” acompañando, denunciando, defendiendo, sosteniendo, discerniendo; ser testigo de sus luchas, impotencias pero también de su valentía, su arrojo, su “jugarse las vida” en cada minuto y todo desde la fe, la fe encarnada y a veces incluso  una fe en “carne viva”… Ver que todo es perfecto en los planes de Dios y que suscitó las personas precisas para esta misión específica, haciendo que se alinearan en una constelación perfecta para el bien de su Iglesia que sufre esta realidad HOY.

Sintámonos bendecidas hermanas, demos gracias a Dios por haber irrumpido en nuestra historia con un HOY que no nos puede dejar igual que antes, un HOY que nos ha mostrado el verdadero rostro de la Iglesia que profesamos amar y servir, un HOY que nos desafía cada vez más en nuestra vocación.

En lo personal, siento que el Señor me regaló, desde el servicio que me ha pedido en este HOY, poder ser parte de esta causa… conocer tantos relatos de pequeños gigantes, valientes y frágiles, heridos y rescatados; relatos que me hacían casi tocar su corazón enternecido ante una palabra de “mamá ángel” que les hablaba del Amor de Dios por cada uno de ellos, que les prometía aquel abrazo eterno donde encontrarían reposo y ternura para siempre, que les hablaba que Dios los amaba como a la niña de sus ojos…

… ser testigo de los desvelos y luchas de hermana María José, que en su calidad de primera responsable asumió una valiente responsabilidad que le ha supuesto mucha lucha, discernimiento, decisión, valentía, dolor… y que en su calidad de religiosa comprometida con los más pobres, encendida de pasión y compromiso se entregó por entero “amando hasta el extremo, dejándose la piel, entregando las entrañas, sus entrañas de mujer…” Que nos implicó en todo lo que pudo, invitándonos a discernir juntas, a orar en los momentos álgidos que han sido muchos, compartir con nosotras las alegrías, las noticias de liberación que recibíamos y que, ante todo, siempre buscó dejarse iluminar y confrontar.

… ser testigo junto a mis hermanas del consejo que todas a una, fuimos acompañando, orando y validando cuando fue necesario, cada paso a dar con una maravillosa unanimidad, como una sola alma y un solo corazón.

… testigo de este ángel que le dio este HOY a nuestra familia religiosa y que con una valentía que solo puede venir de Dios, se enfrentó a los gigantes de este mundo por amor a los más pequeños y desamparados,…testigo también de quien estuvo a su lado más directo y que con firmeza y ternura maternal acompañó su confinamiento, sus paseos, sus desvelos, cada vaivén que la causa traía, enjugó sus lágrimas y compartió sus alegrías. Testigo de todos aquellos que fueron sumándose en esta causa de liberación.

La causa no acaba, desde este otro flanco deseo acoger la invitación que se nos ha hecho en otro testimonio anterior: deseo ABRAZAR, abrazar esta realidad, abrazar a mis hermanas, abrazar a los agentes y jueces implicados, abrazar a las abuelas, a los tíos y tías, abrazar cada noche a esos niños y niñas que ahora saben que tienen una gran familia que los acoge, los consuela, los abraza; abrazar a aquellos que aún no han sido liberados y necesitan una caricia consoladora; abrazar en el Padre, a aquellos que seguramente disfrutan de Su abrazo eterno…

En estos tiempos en que los abrazos están prohibidos, confieso y declaro: ¡NO dejaré de darlos! De a uno, de a dos, de a cientos y miles, ya que no hay pandemia peor que la deshumanización, el uso y abuso de seres inocentes, la violencia y la perversión… Desde el silencio de la oración, me acercaré de puntillas y abrazaré a cuántos pueda; desde el dolor y la incomprensión, seguiré apostando por abrazar esta realidad que me ha sido desvelada; desde la admiración y el agradecimiento seguiré abrazando a quienes siguen en esta lucha; desde el lugar que me compete, seguiré abrazando, acompañando y sosteniendo a quien abraza, acompaña y sostiene.

¡NO DEJARÉ DE ABRAZAR! Ese es mi compromiso conmigo, contigo, con ellos, con la Iglesia.

Hermana Marcela Jaque, consejera general CMT

Versión descargable aquí: Testimonio hermana Marcela Jaque