De todos los testimonios escritos, es el primero que me brota espontáneamente escribir, no por mandato sino por necesidad y justicia, en nombre de mis hijos y de tantos y tantas que “mueren” en la desesperación y en la angustia. No es un homenaje sino justicia, porque deseo que no mueran en el anonimato y olvidadas como tantos.

Ayer, recibí la noticia de que cuatro hijas mías, a vísperas del juicio contra quiénes tanto daño les había hecho, no soportando la presión, la soledad y el miedo se suicidaron. Sus ojos no llegaron a ver la justicia. El tiempo, para ellas, no esperó. Murieron en soledad, sin poder hablar con ellas, sin poder acompañarlas, en el estado más profundo de vulnerabilidad. Y eso, me llena de impotencia y dolor.

Cuatro historias de dolor y soledad, cuatro vidas marcadas por el horror. Cuatro mujeres adultas rescatadas, víctimas de trata de personas. Secuestradas entre los 3 y 9 años. Toda una vida en ese infierno.

A veces, es muy fácil juzgar: “¿por qué si son adultas no cambian de vida?, si trabajan en eso es porque quieren, ellas se lo buscaron, que no se quejen”. Cuando son niños o jóvenes nos conmueve y nos duele, pero cuando se trata de adultos, muchas veces, nos hace caer en juicios y a poner en duda el dolor, la historia y la cruz de estas mujeres; juicios que quizá pueden hacerse desde la ignorancia, por no conocer el desgarrado y profundo dolor de estas mujeres, la tierra sagrada de sus historias. Con el permiso de una de ellas, quien en su momento me dijo “ojalá un día puedas contar mi historia para que el mundo sepa que no soy una “puta” y más, que llevo heridas, que también soñé para mi algo diferente”.

María fue rescatada a los 26 años, secuestrada a los 3 años y desde ese momento encerrada en un infierno, vejada, torturada. Sus verdugos le dijeron que a si llegaba a los 18 la liberarían. Ella se aferró con todas sus fuerzas a la vida, no quería morir a manos del horror, quería ser libre. Soportó toda herida y tortura, soñando con sus 18 años, soñando “ser libre como las mariposas”, eso, solo eso era su motivo de vida.

El supuesto día llegó y ella estaba feliz, sería libre, ya no le harían daño, ya no tendría que soportar ni resistir, sería libre, volvería a vivir. Ella reclamó su derecho, y sus verdugos, con tono irónico le dijeron: eres libre para irte, nada te retiene. Pero si te quedas, trabajarás libremente en este negocio y no podrás quejarte de nada. Por un instante, María, se sintió fuerte, libre, capaz de todo, y juntó sus cosas (nada casi) y amagó para marcharse. En la puerta, a las carcajadas, sus verdugos le dijeron: vete si quieres, pero, ¿has pensado que harás? ¿a dónde irás? ¿de qué trabajarás? Si solo sabes hacer esto.

El mundo de María se vino abajo, sus esperanzas cayeron por el piso. Sus verdugos le “cantaban” la aparente verdad. A los tres años había sido secuestrada, ya no sabía de dónde venía de tantas veces que la habían trasladado de sitio. No sabía leer ni escribir y en toda su corta vida solo había aprendido a estar en ese sitio. Ella les dijo a sus verdugos que buscaría ayuda, que iría a las autoridades. Y lo hizo, pero la trataron de “mentirosa y puta”, de querer aprovecharse de la situación, e incluso le pidieron que respetara el hecho de que muchos “niños de verdad” si eran secuestrados y vivían ese infierno”.

Y así fue, que María, volvió donde sus verdugos, y éstos le pidieron que les suplicara por quedarse. Y lo hizo, no tenía donde más ir, estaba sola en el mundo. Desde ese día su infierno y su soledad fue mas profunda que antes, ya no tenía sueños ni esperanzas. Le convencieron de que ya no era nadie, que no valía nada, que solo servía para ello.  No eligió esa vida, otros la eligieron por ella.

“Una vez más llegamos tarde”, eso me ronda en el corazón, como sociedad, como humanidad, como Iglesia. Ya en aquel tiempo fue tarde para María.

Ayer fue tarde para estas mujeres y mañana seguirá siendo tarde si no nos comprometemos y despertamos. Me experimento parte viva de este cuerpo eclesial y por ello, me siento parte y responsable de sus heridas.

Veo nuestras manos llenas de sangre, de la sangre de nuestros hermano/as e hijos, que por múltiples circunstancias (también este horror de la Trata) mueren sin “que hayamos llegado a tiempo”, sangre de los que mueren en soledad, sin saberse amados, escuchados, comprendidos, ayudados. Sangre que desborda de impotencia e injusticia. Es verdad que nos duele, y es verdad que deseamos que tantas cosas cambien.

Pero mientras pensamos los cómo, cuando y de qué manera nos comprometeríamos sigue siendo tarde para muchos hermanos nuestros. En necesario despertar, es necesario salir de nosotros mismos y de nuestro espacio de confort. ¡El dolor no espera!¡El horror no se frena!¡Las injusticias no cesan!

Estoy segura que mis hijas están ya con Dios. ¿Quién mas que El, testigo de tanto sufrimiento, podrá darles el abrazo y amor que necesitan? Me hubiese gustados haber “llegado a tiempo”, haber podido estar ahí y decirles que no están solas, que alguien las ama, que aún hay esperanza.

También he llegado tarde, también me siento responsable de sus muertes. También necesito pedirles perdón.

Marcela Macagno, Carmelita Misionera Teresiana

 

Versión descargable aquí: 5.- Testimonio 5_ Marcela Macagno_Una vez más llegamos tarde