Hoy, el día de los ángeles custodios, en la oración de esta mañana he pensado en ellos, mis hijos, en tantos niños y jóvenes víctimas de trata de personas, en tus sobrinos, nietos y bisnietos, en aquellos 40 millones que confían en ti y en mi para ser liberados, para recuperar la libertad y la infancia.

La primera lectura de hoy, del libro del Éxodo nos dice: “Así dice el Señor: «Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado. Respétalo y obedécelo”.

Aquí está la clave, la profundidad del misterio, frente al que me postro y contemplo: hay en la vida ángeles que Dios pone en nuestro camino para salvarnos, para recuperarnos de nuestras superficialidades y egoísmos, para recordarnos la esencia y profundo de nuestra existencia y entrega. Ellos nos salvan, nos decía Hna. Sayo en su testimonio, y estoy de acuerdo con ello: los pobres, los postergados, los invisibles, los últimos nos salvan porque nos recuerdan lo verdaderamente importante, lo profundo del dolor, de la esperanza, de la noche, de la fe, de la desesperación, de la vida.

Ellos nos salvan porque nos sacan de nuestra comodidad y superficialidades y nos ponen en camino, nos devuelven la pasión, el compromiso, el centro. Ellos, en la realidad que sea y en quiénes nos rodean, “los anawin, los preferidos de Dios” nos recuerdan el por qué y para quién estamos en este mundo, ellos son nuestros ángeles custodios, seres especiales “disfrazados” de realidad que nos acercan a Dios, a nuestros hermanos, que nos humanizan y despiertan.

Cuántos ángeles custodios nos atraviesan el alma, personal y congregacionalmente, hermanas y seres queridos que cuidan y animan nuestros pasos, y un ejército enorme de ángeles inocentes y custodios de nuestros sueños y anhelos, de nuestros dolores y fragilidades.

Por eso, si me lo permiten, quisiera hoy, hablarle y escribirle a ellos, mis hijos, tus sobrinos, nietos o bisnietos, y pedirle a ellos que “nos guíen por el mejor camino”, por el de la reconciliación, comunión y compromiso:

“Mis gigantes, mis hijos, ¿cómo no recordarles en este día si tengo la certeza de que están muy cerca junto a nosotro/as? No hay día que no les piense, que no recuerde sus voces, sus historias, sus esperanzas. No hay día que me pregunte o cuestione ¿por qué tuvieron que partir si, según el ojo humano, aún tenían mucha vida por delante? No tengo respuestas a estos cuestionantes, solo la fe de que ahora están junto a Dios, padre que los y nos ama, con un amor profundo y sanador. Se que ahora están en casa, en paz, sin dolor, sin miedo, sin desesperación. Están en nuestro hogar, les pertenece, es todo de ustedes, y en el tienen un lugar privilegiado junto a Dios, no tengo duda de ello.

No les abandono, no les abandonamos, fue y sigue siendo una promesa, seguimos trabajando y soñando cómo acompañarlos, cómo cuidar de ustedes y cuál es la mejor manera. Caminos que se abren, oportunidades que vislumbran fecundidad, sueños de comunión y familia, hay mucho en juego, angelitos nuestros, por ustedes, por el mundo, por nosotros, por todos, sueño de más humanidad y más corazón.

Por eso quiero encomendarles a ustedes este camino, sean esa luz encendida que nos recuerde el centro, que nos abra caminos, que nos muestre opciones, que nos una y encuentre. Somos un puñadito de gente, juntos somos familia y no les abandonamos, aquí estamos dispuesto/as a seguir caminando. No nos desamparen, vayan delante nuestro, por favor, ustedes conocen el camino”.

Este canto inspirador puede “transportarnos un ratito al cielo, junto a todas las personas que amamos, seres queridos y hermanas, y también junto a todos nuestros niños. Que nuestros ángeles nos salven y custodien la fecundidad de nuestro corazón.

Marcela Macagno, Carmelita Misionera Teresiana

Versión para descargar: Nuestros ángeles nos salvan