Reflexión al partir del Evangelio de San Mateo 22, 34-40

 

Creciendo en un país católico, a menudo oía esa frase de parte de la gente mayor deseando a los jóvenes que “crezcamos en el temor de Dios y el amor a los prójimos” (temor se iguala con amor de Dios). Aunque eso siempre fue un recordatorio, enseñanza o valor de nuestros antepasados, nuestros padres, y nuestra fe también nos enseña: “Ibigin ang Diyos at ang kapwa”, en español “amar a Dios y al prójimo”, ese inseparable amor de Dios y del prójimo parece ser un amor dicotomizado. Fe, religión, creencias, adoración es una realidad que parece tener menos efecto en la vida ordinaria. Por ejemplo: más de ochenta y seis por ciento de la gente es católica, pero tenemos el número muy alto de corrupción en el sistema de gobierno, quiere decir que el dinero siempre cuenta, y el interés propio es la primera prioridad, a pesar de alto número de pobreza y una brecha extrema entre los ricos y los pobres. Mi pregunta es: si eso es realmente el amor, ¿por qué no se busca un servicio genuino y el bien común? ¿por qué ese amor no transforma y no cambia vidas? Supuestamente, “el amor es la medida de la fe y la fe es el alma del amor” (Papa Francisco).

El Evangelio de hoy de San Mateo 22,34-40 nos habla del mandamiento más grande: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, y con toda la mente. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Eso viene de la conciencia de que Dios nos amó primero y que nos ama incondicionalmente. Y desde esa experiencia brota el sentido de gratitud que nos mueve a amar a Dios y a nuestro prójimo.

Eso también nos recuerda que el amor depende de los actos del amor. Amor que busca complacer al amado, como lo expresaba Francisco Palau: “Porque te amo, busco en los servicios ocasión de complacerte” (MR 9,7). El movimiento que sale hacia el otro para amar y servir con todo corazón, alma y mente.

Permanezcamos humildemente ante Dios para que, como en nuestro Fundador Francisco Palau, donde el amor de Dios y del prójimo fueron íntimamente unidos en su experiencia spiritual (cf. Carta 21). Que recibamos nosotros también la gracia de una profunda experiencia o de unión con la Iglesia – Dios y el prójimo.

 

CARMELITAS MISIONERAS TERESIANAS – ASIA

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