Obediencia, ofrenda, espera paciente y encuentro; cuatro actos o movimientos en el Evangelio de hoy.  María y José con reverencia, obedecieron la Ley de Moisés, subieron a Jerusalén y presentaron a Jesús en el templo. Mientras que Simeón y Ana, a pesar de la edad avanzada, siguieron celosamente el llamado del Espíritu Santo para dar testimonio de Dios y proclamar la salvación de Dios en Jesús. Este escenario me hizo recordar lo que el Beato Francisco Palau escribió en Mis Relaciones con la Iglesia: «En fuerza del voto de obediencia, yo cumpliré fielmente tus mandatos y me sujetaré a tus órdenes» (MR 2,7). Y nos podemos preguntar a nosotros mismos: ¿Cuán dispuesto estoy a seguir la Ley para mantener el orden en mi vida y en la de los demás? ¿Cuán abierto y sensible soy al movimiento del Espíritu Santo que hace cosas nuevas en la vida?

Jesús fue presentado en el templo, la presentación representa la ofrenda, una ofrenda sacrificial de su vida a través del amor, para salvar a la humanidad y cambiar el universo; para que nosotros, a través de nuestra consagración bautismal, podamos vivir fielmente nuestras vidas como una ofrenda sacrificial, para que otros puedan vivir en abundancia.

Según Henry Nouwen el noventa y ocho por ciento de nuestras vidas se pasa esperando. La actitud mientras se espera es crucial; podemos esperar pacientemente, podemos estar ansiosos, alerta, pasivos, vigilantes, fieles, despiertos y prudentes, etc.

En el libro de los Salmos, el salmista se lamentaba ante el Señor diciendo «¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?» (Sal 13,1). Por eso el evangelista San Lucas dice: » Estad preparados y mantened vuestras lámparas encendidas”. (Lc. 12, 35) Más aun, en su Evangelio San Marcos menciona «Permaneced despiertos, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa…»

En el Evangelio de hoy, Simeón fue retratado como un “hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel… que no vería la muerte antes de haber visto al Mesías del Señor…» Simeón esperaba paciente y fielmente hasta el cumplimiento de la profecía. Y cuando los padres trajeron al niño Jesús para cumplir con la costumbre de la ley… lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador…» (Lc. 2, 25-29). El encuentro de Simeón con el niño Jesús en su pequeñez y sencillez afirmó que «sólo Dios basta, y todo lo demás pasa». Sus ojos reconocieron el misterio de Dios, un Dios muy presente en el mundo, en cada corazón humano y en toda la creación. El Dios que ama a la humanidad incondicionalmente.  Por otro lado, el encuentro de Ana con el niño Jesús le dio un corazón agradecido y una lengua profética para proclamar la esperada redención de Jerusalén. Pidamos a Dios que nos enseñe a ser vigilantes y prudentes en nuestra espera, a ser celosos en el seguimiento de su Hijo Jesucristo, que nos conceda la mirada para verlo concretamente en el mundo y en cada individuo, para que nosotros también podamos tener acceso al Misterio. Para que así, nuestra vida dé testimonio de la alegría, la paz y el amor de Dios – Emanuel. De que poseerlo y tenerlo presente en nuestras vidas es suficiente para nosotros, porque Él es nuestra alegría.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ASIA

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