Entre las plantas odoríficas esmeradamente cultivadas en los jardines y terraplenes, la albahaca tiene la preferencia. Su flor no tiene estima, pero su sabor es altamente valorado y su perfume se expande rápidamente allí donde se encuentra.

Sus propiedades representan la humildad en contraposición a la soberbia que exalta al hombre que vive pretendiendo aparentar lo contrario de lo que es y ostentando lo que no tiene. Necesitamos una virtud que ponga freno a nuestros deseos de honor, gloria y grandeza – material o espiritual- y esta virtud es la humildad.

La albahaca, si nadie la comprime pisa ni toca, si el viento no la agita, no perfuma el jardín; pero si dan contra ella, si va entre pies, si prensan sus hojas, entonces nos muestra la suavidad de sus perfumes: tal es el verdadero humilde.

Jesús nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Y en “Gaudete et Exsultate”,18, leemos: “La humildad solamente puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones. Sin ellas no hay humildad ni santidad. Si tú no eres capaz de soportar y ofrecer algunas humillaciones, no eres humilde y no estás en el camino de la santidad”.

Dejemos resonar en nuestra mente y corazón las palabras del Magnificat para que María nos enseñe cómo ser humilde. Humilde: el que se reconoce agraciado por Dios. Ésta es su fuerza y la verdad más profunda.

La intención para este día:

Que mi humildad, como en la afirmación de Teresa de Jesús “Humildad es andar en verdad”, se alimente de la verdad y en ella hunda sus raíces.

Me pregunto:

  • ¿Busco en mi alma la humildad verdadera?
  • ¿Deseo ser ante los hombres lo que no soy delante de Dios?
  • ¿Agradezco a Dios ser lo que soy y doy gracias por aquello que Él pone en mí?

Me comprometo a aprovechar las críticas y humillaciones que me llegan para revisar mis actitudes.

Le pido a María me enseñe a ser humilde, a andar en verdad, a ser un alma agradecida y pongo a sus pies la albahaca con el deseo de que su fragancia llegue a cuantos se acercan a Ella.

Virgen humilde: Yo acepto de buena voluntad, como cosa merecida y debida, todos los desprecios, afrentas y humillaciones que me vengan, de cualquier parte que procedan. Yo no quiero pasar sino por aquello que soy: un pobre pecador. Recibid, Reina mía, este mi ramillete como emblema de mi humildad.

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