Cada vez que decimos familia vienen a nosotros experiencias, sentimientos, momentos…Muchas veces reconocemos que lo que somos hoy, quiénes somos hoy, hunde sus raíces allá, en los años compartidos en el hogar, con todo lo bello y bueno, y también con las ausencias, los dolores, los desafíos, las carencias. Otras veces no podemos siquiera mirar hacia allá porque nuestra experiencia familiar podría haber sido distinta o un poco mejor. Cada uno vivimos nuestro hoy desde y con esa experiencia de familia. Ella nos ha dado identidad y sentido de pertenencia.

Hoy las lecturas nos hablan de actitudes y sentimientos necesarios al interior de toda familia para que ésta pueda ser sólida y gozar de paz y armonía.

El libro de Sirácides (3, 2-6. 12-14) habla de respetar, honrar, comprender, tolerar, cuidar al otro, a la otra. Estas mismas actitudes podemos descubrir en el pasaje del Evangelio de hoy (Lucas 2, 41-52). José y María aman a Jesús, lo cuidan, se preocupan por Él, incluso se angustian cuando sienten que lo han perdido, pero también comprenden que su hijo necesita espacio para responder a Dios, su Padre. Y cuando no entienden… callan y esperan “Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón”.  José y María respetan los modos de Dios, dan libertad a Jesús para que pueda cumplir el plan de Dios.

Nosotros, los hijos de Dios, tenemos una familia natural, pero tenemos también una familia más grande, una familia universal: la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Ella también nos da identidad, y sentido de pertenencia. Somos hermanos y hermanas en Cristo, y Dios, en la segunda lectura de hoy (Colosenses 3, 12-21) nos dice cómo vivir- a su modo- este ser familia:

  • Pónganse el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia
  • Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo.
  • Pónganse como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto.
  • Que la palabra de Cristo habite en ustedes y esté a sus anchas.
  • Tengan sabiduría, para que se puedan aconsejar unos a otros y se afirmen mutuamente con salmos, himnos y alabanzas espontáneas.
  • Que la gracia ponga en sus corazones un cántico a Dios, y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
  • Sean agradecidos.

Si hacemos todo eso… la paz de Cristo reinará en sus corazones, pues para esto fueron llamados y reunidos.

Miremos nuestra comunidad eclesial, esa en la que participamos con regularidad (colegio, parroquia, sector, grupo, comunidad de vida, etc) y preguntémonos ¿Estamos viviendo cómo Dios nos pide? Nuestras relaciones eclesiales ¿Muestran que Cristo habita en nuestros corazones? ¿Pudo decir que, en la Iglesia, Cuerpo de Cristo- Pueblo de Dios, me siento en familia? ¿Cómo estoy colaborando yo para cimentar o reforzar mi familia, la Iglesia?

Aprovechemos este domingo de la Sagrada Familia para dar gracias por aquellas personas con las que crecimos y que nos enseñaron el significado de ser familia; para mirar a María y José, cuya obediencia llenó de paz sus corazones, y demos gracias también por la Iglesia viva -de la que somos miembros-  hecha de nombres e historias entrelazadas, que reconocen en Dios Padre y Cristo hermano, la fuente de toda fraternidad y unidad.

Carmelita Misionera Teresiana