La flor del naranjo. El azahar es una de las fragancias más conocidas, hermosa y evocadora del paraíso. Junto con el follaje siempre verde (allí donde se dan los naranjos), esa exquisitez y olor justifican la elección como imagen que nos lleva a meditar en la virtud de la esperanza.

Las tres virtudes teologales – fe, esperanza y caridad – son fundamento de todas nuestras relaciones con Dios hasta que llegue la plenitud de la creación. Como dice san Pablo, «ahora permanecen estas tres». La mayor, y la que quedará al final, es el amor.

La fe nos introduce al conocimiento de Dios, a la relación de confianza con Él, el Bueno, el Verdadero, el Fiel. Cuando todavía solamente se nos deja ver «entre velos», la fe es el único camino.

Y esa Presencia que vamos conociendo nos atrae, nos induce a tener esperanza puesta en Dios, a esperar en Dios. A sostener nuestra mirada con la actitud de un niño convencido que el padre le va a dar lo que necesita. Es esa Presencia que nos hace sentirnos sostenidos, arropados, seguros en su regazo, esperando lo mejor de el Bueno. Esperando la salud integral, la plenitud, la salvación. Nada ni nadie más nos puede llenar, plenificar.

Así se habrá sentido María para dar el primer paso. Y todos los siguientes. Esperando en ese Dios que salva, el Dios que levanta…

La intención para este día:

Que el Señor sane los corazones de los que han sido traicionados en las relaciones, devuelva la esperanza a los que la hayan perdido, y que los que la han encontrado, sean sus testigos.

Me pregunto hoy:
¿Espero en Dios? ¿O tengo puesta mi esperanza en otras cosas, relaciones?
¿Qué espero?
¿Qué temo? 

Reflexiono cómo María esperaba la salvación solo de Dios. Cómo se fío de Él y esperó, y pidiendo la salvación, la consiguió.

Me comprometo a infundir hoy la esperanza en los que vea deprimidos y desesperados. Para que experimenten la Presencia amorosa y providente de Dios.

Pongo en las manos de María este día, con esta oración:

Señora: Yo espero salvarme; yo espero que Vos me alcanzaréis los auxilios de la gracia para vivir cristianamente, fío a la bondad de Dios mi salvación. Yo prometo fidelidad, lealtad y exactitud en la observancia de la ley santa del Señor.

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