El jacinto, el narciso, las varas de San José, todos ellos pertenecen a la misma familia de lirios. Tienen cabeza y varita recta, como recta es la justicia. De noche y por la mañana, exhalan un olor muy fino y fuerte.

Debemos gratitud a todos nuestros benefactores. Esta virtud es una buena disposición del alma que nos empuja a dar muestras de satisfacción y gratitud a todos aquellos cuyo favor recibimos.

Debemos esta gratitud a Dios, a Su Santísima Madre, a nuestros padres, a nuestros maestros y a todos los demás que nos favorecen espiritualmente y materialmente.

En diversas circunstancias, María dio gracias a Dios en nuestro nombre de una manera muy especial y eficaz: cuando vio nacer de ella al Redentor, cuando lo contempló al pie de la cruz. Dio gracias por la elección que le valió ser madre.

La intención para este día:

Que tengamos un corazón agradecido.

Me pregunto hoy:

¿Reconozco las bendiciones que Dios me da? ¿Medito en ellas?

Por estos favores, ¿qué le digo?

¿y las bendiciones por parte de los humanos?

Pido a María la gracia de un corazón agradecido.

Me comprometo a pensar en las bendiciones que recibo continuamente de los prójimos y de Dios, a bendecir y dar las gracias.

Para mostrar mi gratitud, presento el jacinto a María con esta oración:

Reina de los cielos: Yo os ofrezco el jacinto: recibid la flor que me pedís. Yo propongo, yo me obligo, yo me resuelvo a ser agradecido a Dios y a Vos; a Dios, por los beneficios de la creación, de la redención y de la vocación y demás que recibo cada día; y a Vos, por haberos dignado tomarme por hijo vuestro. Aceptad estos mis propósitos, y haced que sean eficaces.

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