Florece todas las estaciones del año, olorosa, con sus varitas rectas y un ramillete de botoncitos en cada una. Las flores no son tan grandes como otros, pero tienen el don de abrirse muchos a la vez en una misma piña.

La magnanimidad nos da un corazón grande, indiviso, capaz de emprender cuanto Dios le ordene. El decaimiento de ánimo, un abatimiento de fuerzas morales o la pusilanimidad, mata el alma.

Pero, si lo que Dios ordena conlleva mucho trabajo, en su ejecución necesitamos otra virtud, y esa es la magnificencia.

María fue magnánima en toda su vida. Nos vio perdidos a todos, propuso en su ánimo salvarnos. Perseveró en su propósito y lo consiguió. En la muerte de su Hijo, compasiva, sufrió con Él. No se intimidó ni se acobardó, ni desfalleció.

La intención para este día:

Que María nos obtenga la gracia de mantenernos firmes frente a las dificultades y de no huir ante la cruz.

Me pregunto hoy:

  • En tiempo de pruebas, de tentación y de contradicción, ¿cómo me porto? ¿me desanimo?
  • Mi corazón ¿se mantiene siempre abierto, siempre grande, invicto, firme, invulnerable?

Pido a María la capacidad de permanecer firme cuando llegue la prueba, como ella al pie de la cruz.

Me comprometo a salir de mi zona de confort, aun en medio de las pruebas, para ayudar con un corazón grande y abierto a los que lo necesiten.

Me encomiendo a María con esta oración:

Magnánima Judit: Recibid la flor de hoy, es el clavel ramillete, emblema de mi magnanimidad. Yo os prometo, yo propongo guardar entero, sincero nunca abatido, decaído ni pusilánime mi ánimo en tiempo de prueba y de tentación. Unid mi ánimo al vuestro, y será siempre magnánimo. A vuestro cuidado y solicitud maternal fío mi clavelina.

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