Todo estado de vida está invitado a vivir la castidad, fruto de la templanza. Los cristianos casados pueden practicar la virtud de la castidad siendo fieles a una sola persona. Se espera que las personas religiosas y célibes amen a Dios por encima de todo y se preocupen por sus asuntos y preocupaciones.
La forma de amar de Jesús es la más pura y perfecta. Él quería que su forma de amar fuera el estándar de amor también para sus seguidores. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado.»
La Virgen María, como la viola doble blanca concibe una flor: Jesús. Y es virgen su madre. La castidad y la virginidad son tesoros que mantienen nuestra mirada y nuestra atención enfocada exactamente donde debe estar: Iglesia – Dios y la humanidad.
Que mi vivencia de castidad sea un signo profético de total dedicación a la iglesia, Dios y los prójimos.
Me pregunto:
- El consejo evangélico de castidad, ¿libera mi corazón y me ayuda a crecer en el amor y la fidelidad?
- En la construcción del reino de Dios, ¿soy casto en las obras de caridad? ¿o interesado?
Le pido a María me enseñe mirar con una mirada casta, desinteresada, a todas las personas con las que me relaciono.
Me comprometo a revisar mis relaciones bajo este prisma de castidad: en las relaciones conmigo mismo, con Dios, con los hermanos y con la naturaleza.
Llevo mi ramillete de alhelíes blancos a María y le digo:
Madre virgen la más pura entre las criaturas, recibid este ramo en flor: os doy un corazón resuelto, determinado y dispuesto a guardar castidad dentro de las reglas de la templanza y de las leyes de mi estado o profesión: recibid, purísima doncella, recibid esta mi flor, y a vuestro maternal cuidado confío la planta destinada a producirla: cuidadla bien.
.