En el Evangelio de hoy, Mateo evoca la escena del comienzo de la proclamación de la Buena Nueva y el llamado de los primeros discípulos. Narra: … se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.
Esto anuncia que Dios reina. No sólo elige estar en medio de nosotros, sino que reina y habita entre nosotros. Él toma la iniciativa de encontrarse con nosotros, en nuestras distintas realidades presentes y actuales, ya sea en nuestra humildad, quebrantamiento y condición más oscura. Y esta verdad puede que no nos recuerde sólo un hecho determinado, sino que nos lleve a un encuentro personal y más profundo con nuestro Dios para cambiar nuestras vidas, para dejarnos ser convertidos y transformados. Así podríamos crear comunión en un mundo de indiferencia y división, proclamadores de la belleza de la vida en el que las distorsiones están muy extendidas; tráfico de personas, asaltos políticos, calamidades naturales en todas partes, etc. Y tener el coraje de hacer una opción preferencial por los pobres; hermanos y hermanas sin voz, abatidos y excluidos.
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron. Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.
Jesús se revela en la cotidianidad de nuestra vida cotidiana. Él viene y nos llama, en nuestro aquí y ahora. Para compartir en el plan salvífico de Dios: proclamando el reino de justicia y paz, curando todo tipo de enfermedades y dolencias entre la gente. Que nos recuerde nuestro llamado personal, independientemente de nuestra vocación particular en la Iglesia. Todos estamos llamados a participar en la anuncio del Reino de Dios, de la manera más simple y pequeña que podamos. Podemos ser tan prontos y valientes como los primeros discípulos de Jesús en responder a nuestro llamado, entregándonos generosamente al servicio de nuestros hermanos y hermanas.