Hemos terminado la segunda semana de este nuestro recorrido cuaresmal. La interiorización de las lecturas que la liturgia nos brinda cada día debiera ser alimento y motivación suficiente para activar nuestra conversión y nuestro cambio de vida, pero corremos el riesgo de pensar siempre que el mensaje es para otros: para los que no creen, para los laicos, para otras hermanas de mi comunidad…
Pidamos a Dios que nos despierte, que abra nuestros oídos a su Palabra, que descubramos su sentido para cada una de nosotras hoy y nos ayude a abrir el corazón para que Él nos convierta.
Canto: “Despiértame” Ixcis
Lavaos, limpiaos, quitad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos;
cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprended al opresor,
defended al huérfano, abogad por la viuda. Venid ahora, y razonemos dice el Señor,
aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos;
aunque sean rojos como el carmesí, como blanca lana quedarán. (Is 1, 16-18)
Decían: “Venid, maquinemos contra Jeremías…
venid lo heriremos con su propia lengua y no haremos caso de sus oráculos”.
Señor, hazme caso, oye cómo me acusan.
¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí?
Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor,
para apartar de ellos tu enojo. (Jer 18, 18-20)
Canto: “Tu misericordia, Señor” Salome Arricibita
Así dice el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! Es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto. Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones. (Jer 17,5-10)
ISRAEL amaba a José más que a todos los otros hijos, porque le había nacido en la vejez, y le hizo una túnica con mangas. Al ver sus hermanos que su padre lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo. Sus hermanos trashumaron a Siquén con los rebaños de su padre. Israel dijo a José: «Tus hermanos deben de estar con los rebaños en Siquén; ven, que te voy a mandar donde están ellos». José fue tras sus hermanos y los encontró en Dotán. Ellos lo vieron desde lejos y, antes de que se acercara, maquinaron su muerte. Se decían unos a otros: «Ahí viene el soñador. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué paran sus sueños». (Gen 37,3-4)
Estos textos nos invitan a entrar en nuestro corazón, a reconocer en cada una de nosotras las actitudes que hace 2000 años llevaron al Justo a la muerte y que siguen haciendo que hoy, de muchos modos, otros justos de nuestro mundo padezcan el sufrimiento y la muerte. Por calumnias, por envidia, por nuestras indiscreciones e incapacidades, por nuestro pasotismo, por nuestro querer convencernos de que ya no tenemos nada que hacer ni nada que ofrecer…
El Señor sigue invitándonos a la conversión y al cambio.
Él no se cansa de confiar en nosotras y de esperar. Nos invita nuevamente:
- Lavaos, limpiaos:
¡Cuánto empeño en limpiarme las manos para que no me afecte un virus!, ¡y está bien! Pero… ¿cuánto me empeño en limpiarme por dentro? En los días que llevamos de cuaresma ¿de qué han sido realmente mis ayunos?: ¿de carne y dulces? ¡está bien!, ¿o de palabras innecesarias, de quejas continuas o incluso de chismes?
¿De qué necesito lavarme?
¿Cuáles de mis obras, palabras, gestos no buscan el bien de los demás sino satisfacer mis propios egoísmos, necesidades, deseos de figurar o ansias de poder?
- ¿Cómo puedo colaborar con la “obra de Dios”?
Concretamente ¿qué voy a hacer?
Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza.
Amor tan golpeado
Hasta tus sentidos llega el dolor humano,
por tus venas y tus sueños se adentra en tu corazón
y ahí busca un espacio donde reclinar su frente.
¡Humaredas de vida quemada, gritos sofocados de tortura,
alaridos y estrépitos de guerra, angustias de almohada sin testigos,
quejidos de brasa que se agota, desiertos de soledades mudas!
¿Tantos siglos de dolor humano no te han amargado el amanecer,
no han disuelto una gota de hiel en el paladar de tu palabra,
no han lastrado con desencanto el vuelo creador de tu Espíritu?
Insondable Amor tan golpeado, tú acoges cada dolor humano,
le enjugas las lágrimas, dentro de ti lo besas, lo resucitas,
y en el hueco de nuestras llagas tu Espíritu lo siembra de noche,
semilla de alegría, paz, ternura.
(Benjamín González Buelta, sj)
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