II VÍSPERAS

  1. Señor ábreme los labios.
  2. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Escuchamos el himno siguiendo la letra y después hacemos un momento de silencio. Nos hacemos eco de lo que ha resonado en nuestro corazón.

 

Ant.1. Herido y humillado, la diestra de Dios lo exaltó.

Salmo 109

Tú eres Sacerdote y no eres sacerdote, Cristo.
No eres sacerdote de Leví, sacerdote separado,
dedicado a “lo sagrado”: templos y tiempos sagrados,
sagradas ofrendas y sacrificios.

Tú eres Sacerdote encarnado y embarrado, sacerdote de la calle y el campo, de la casa y el encuentro, del hospital y la cárcel, de la fábrica y el surco, de la escuela y el laboratorio, ¡Sacerdote de la vida!

No eres sacerdote del Dios Altísimo o lejanísimo, ni del Dios justísimo y santísimo.

Eres Sacerdote del Dios cercano y compasivo, del Dios que tiende la mano y mira con cariño a todos los seres humanos.

 Sacerdote que viene a romper los velos del Templo, a destruir ciertos templos, y a construir otros templos, como tiendas vivas en medio del pueblo.

Allí no hay sacrificios, hay amistad y fiesta, hay banquete de vida y amor, las ofrendas que a Dios le agradan.

Allí seremos todos sacerdotes, como Cristo, ofreciendo el trabajo y el dolor de cada día, la dicha y la esperanza de cada día, la vida y la muerte de cada día.

TODOS COMO CRISTO, SACERDOTE ETERNO, SEGÚN LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA.

Ant.1. Herido y humillado, la diestra de Dios lo exaltó.

Ant. 2. La sangre de Cristo nos ha purificado, llevándonos al culto del Dios vivo.

Salmo 113

No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria;
por tu bondad, por tu lealtad; ¿por qué han de decir las naciones:
«dónde está tu Dios?»

Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechuras de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven;

tienen orejas, y no oyen; tienen nariz, y no huelen;
tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que lo hacen, cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor: es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga la casa de Israel, bendiga la casa de Aarón,
bendiga a los fieles de Señor, pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no hablan al Señor, ni los que bajan al silencio.
Nosotros, si, bendeciremos al Señor ahora y por siempre.

Ant. 2. La sangre de Cristo nos ha purificado, llevándonos al culto del Dios vivo.

Ant. 3. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.

Cántico 1P 2,21b-24

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

El no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

“Poniéndose al lado de los criminales, muriendo fuera de la ciudad, como un excluido, haciéndose el esclavo de los esclavos y colgado en la cruz, Jesús se une al más bajo, al más pobre, al más excluido, al más débil, al más abandonado de sus hermanos. Es el camino de la bajada, el único que hace fecundas todas las obras.” (El camino de la imperfección. André Daigneault)

 ¿Cuál es el camino que estás recorriendo tú? Piensa en dos peldaños que has recorrido “hacia abajo” en tu vida. ¿Los has elegido voluntariamente como tu maestro? ¿O, al menos los has aceptado de buena gana integrándolos en tu proceso de crecimiento en la fe?

Ant. 3. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.