«¡Oh Dios mío, Trinidad santa!,
yo quiero amarte y hacerte amar»
«Tengo vocación de apóstol… Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu cruz gloriosa en suelo infiel. Pero, Amado mío, una misión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas…
Quisiera ser misionera no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos…»
Esta misma respuesta es la que el Papa Francisco nos invita a dar en su mensaje del mes misionero de este año: disponibilidad total, generosidad sin límites, compromiso radical…
«Aquí estoy, llámame» en el hoy de la Iglesia y de la historia, en esta situación concreta que asola a la humanidad y que desafía nuestra forma de responder desde el salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo, para compartir, servir e interceder, ya que «la misión que Dios nos confía a cada uno… nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo».