¡BIENAVENTURADOS!
¡Qué gozo escuchar de tus labios esta palabra Señor!
Bienaventurado, bienaventurada
Quiero detenerme, hacer una pausa y dejar que tu palabra resuene en mi corazón.
Como casi siempre, también hoy tu mensaje me sorprende.
No dejas que me engañe con mis falsas perspectivas de felicidad.
No me dices bienaventurada porque mi vida es tranquila.
Ni porque “humanamente” me va bien.
Ni siquiera porque tengo o aspiro a tener una buena calidad de vida.
ROMPES MIS ESQUEMAS Y ME DICES:
Bienaventurada si eres pobre de espíritu, si acoges tu limitación y tu pobreza, si te reconoces débil y herida porque ahí estaré yo con mi irresistible poder y desde tu fragilidad construiremos juntos el reino.
Bienaventurada si eres mansa y no respondes con palabras airadas a quienes te critican y dañan.
Bienaventurada cuando lloras porque tu corazón compasivo siente como propio el dolor de tus hermanos, porque no dejaré de estar a tu lado consolándoles y consolándote.
Bienaventurada si el hambre de justicia te lleva a comprometerte en la lucha por conseguirla, porque no te libraré del sufrimiento, pero tu vida se llenará de sentido y te sentirás llena y colmada.
Bienaventurada si experimentas que brota de ti la misericordia porque ya has sido alcanzada por mi amor.
Bienaventurada si tienes un corazón limpio porque se mantendrá clara tu mirada y verás a Dios presente en cada uno de tus hermanos.
Bienaventurada si trabajas por la paz, la paz que brota de vivir en transparencia, sinceridad y honestidad, porque eso construye la fraternidad.
Bienaventurada si eres perseguida por luchar por un mundo más justo, por defender los derechos de los indefensos, porque el reino de los cielos ya habita en ti.
Bienaventurada si te insultan, persiguen y calumnian por mi causa, por hacer el bien, por defenderme en los indefensos, por acogerme en los que el mundo descarta… ¡BIENAVENTURADA!
Y tú, ¿no necesitas también hacer una pausa?
¿Realmente queremos la santidad?
¿Realmente queremos la bienaventuranza que Dios nos ofrece?
¿O nos contentamos con ser cristianos sin pena ni gloria,
que creen en Dios y estiman a los demás, pero sin exagerar?
El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida,
la felicidad para la cual fuimos creados.”
(Cf. Papa Francisco, 1-11-2018)