SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Si alguno abre la puerta, vendremos a él (Ap 3, 20)
A lo largo del año litúrgico, celebramos los grandes acontecimientos de la vida de Jesús: la encarnación, la pasión, la muerte y la resurrección, don del Espíritu Santo. La liturgia nos invita hoy a celebrar la Trinidad, punto de partida y de llegada de la historia de nuestra salvación: el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Esta gran celebración nos invita a reflexionar sobre el Dios que Jesucristo nos ha revelado.
La Trinidad sigue siendo un misterio para nosotros, pero ilumina nuestra vida, da sentido a lo que nos sucede, alimenta nuestra esperanza y colma nuestra soledad.
Jesús nos habla a menudo de su Padre y del Espíritu Santo. Menciona a las tres personas de la Trinidad cuando envía a sus discípulos a anunciar la buena nueva del amor de Dios por nosotros: «Id por todo el mundo y anunciad la buena nueva a todas las naciones, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Mt 28, 19) Nos presenta a un Padre tierno, misericordioso, respetuoso por la libertad de sus hijos, siempre dispuesto a acoger al hijo pródigo, siempre dispuesto a perdonar.
En Jesús, el Hijo del Padre, Dios asume un rostro humano, fraterno, cercano a nosotros, un Dios “hermano”. Él es el «pontífice», el hacedor de puentes, el que vincula lo humano y lo divino. El amor de Dios se hace tangible, comprensible e imitable. Él es Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
El Espíritu Santo alcanza nuestra dimensión interior, la dimensión más profunda de nuestro ser. Es Dios dentro de nosotros, quien nos guía, nos enseña, nos llama a la acción, nos consuela y nos fortalece. Él está constantemente recreándonos y haciendo nuevas todas las cosas.
Cristo promete “estar con nosotros hasta el fin de los tiempos”. Esta promesa está en el origen de nuestra esperanza como creyentes. Dios nos acompaña, nos sostiene y nos ilumina. Nos ayuda a leer los acontecimientos y a discernir su presencia en nuestra vida. Esta presencia nos da la fuerza para luchar contra el mal y actuar con originalidad.
En relación con la Iglesia, su amada, el padre Palau define así la Trinidad:
“La Cabeza de tu Amada es Cristo. El Padre es el principio de donde procede. El Hijo es su Cabeza. El Espíritu Santo es el alma que la vivifica. La Trinidad ha impreso en ella su imagen, y es bella como Dios, amable como la divinidad. Es una en Dios trino y uno.” MR 10,5
Con el misterio de la Trinidad es un poco como con el sol. No podemos mirarlo cara a cara y entender su composición porque eso nos cegaría. Pero el sol ilumina todo lo que existe. La Trinidad sigue siendo un misterio para nosotros, pero ilumina nuestra vida, da sentido a lo que nos sucede, alimenta nuestra esperanza y colma nuestra soledad.
Es esta maravillosa presencia de Dios en nuestras vidas lo que celebramos en esta solemne fiesta de la Trinidad. Estamos llamados a adorar esta presencia infinita como lo hizo Santa Isabel de la Trinidad a lo largo de su vida, y llegar a vivir la comunión verdadera en la fraternidad.
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ÁFRICA