Sus propiedades representan la humildad en contraposición a la soberbia que exalta al hombre que vive pretendiendo aparentar lo contrario de lo que es y ostentando lo que no tiene. Necesitamos una virtud que ponga freno a nuestros deseos de honor, gloria y grandeza – material o espiritual- y esta virtud es la humildad.
La albahaca, si nadie la comprime pisa ni toca, si el viento no la agita, no perfuma el jardín; pero si dan contra ella, si va entre pies, si prensan sus hojas, entonces nos muestra la suavidad de sus perfumes: tal es el verdadero humilde.
Dejemos resonar en nuestra mente y corazón las palabras del Magnificat para que María nos enseñe cómo ser humilde. Humilde: el que se reconoce agraciado por Dios. Ésta es su fuerza y la verdad más profunda.
La intención para este día:
Que mi humildad, como en la afirmación de Teresa de Jesús “Humildad es andar en verdad”, se alimente de la verdad y en ella hunda sus raíces.
Me pregunto:
- ¿Busco en mi alma la humildad verdadera?
- ¿Deseo ser ante los hombres lo que no soy delante de Dios?
- ¿Agradezco a Dios ser lo que soy y doy gracias por aquello que Él pone en mí?
Me comprometo a aprovechar las críticas y humillaciones que me llegan para revisar mis actitudes.
Le pido a María me enseñe a ser humilde, a andar en verdad, a ser un alma agradecida y pongo a sus pies la albahaca con el deseo de que su fragancia llegue a cuantos se acercan a Ella.
Virgen humilde: Yo acepto de buena voluntad, como cosa merecida y debida, todos los desprecios, afrentas y humillaciones que me vengan, de cualquier parte que procedan. Yo no quiero pasar sino por aquello que soy: un pobre pecador. Recibid, Reina mía, este mi ramillete como emblema de mi humildad.
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