SOMOS EL CUERPO DE CRISTO:
EN EL VIVIMOS,
EXISTIMOS,
NOS MOVEMOS.
EN EL CUERPO VIVIMOS
Somos el Cuerpo de Cristo. Y ¿qué sería de un cuerpo sin carne ni sangre? Sólo unos huesos secos. El profeta Ezequiel vio en su visión cómo Dios, por medio del viento del Espíritu, daba vida a los huesos secos, cómo los cubría con carne y sangre para que vivieran (Ez 37,1-14). Cuando el viento del Espíritu Santo, del amor incondicional y sacrificado, sopla libremente entre nosotros, podemos ser revestidos de la carne de Cristo, podemos ser su Cuerpo unido por el amor: la Iglesia de Dios.
“Comiendo la carne de Cristo, su Cabeza, te harás con ella carne de sus carnes, hueso de sus huesos; allí te unirás con ella y ella contigo en matrimonio espiritual, y te gozarás de ella y ella contigo con aquel gozo espiritual que el mundo y la carne no conocen” (MR 1,31)
Imagínate la escena que vio el profeta Ezequiel. ¿Ves todos esos huesos secos esparcidos por el campo? ¿Te ves a ti mismo entre ellos? Tantas veces en la vida podemos sentir que nuestros huesos se han secado, que ya lo hemos dado todo, que ya no queda más que morir… Y ya no queremos sentir ni amar porque nos duele sufrimiento nuestro y el de otros. ¿Descubres en ti esos sentimientos? Míralos sin juzgar.
Escucha cómo Dios dirige hoy también a ti sus Palabras de vida: “Huesos secos, escuchad la Palabra de Yahvé: voy a infundir en vosotros un espíritu que os hará vivir. Os cubriré de nervios, haré crecer carne en vosotros, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y sabréis que yo soy Yahvé.” (Ez 37,4-6).
Déjate cubrir por los nervios, revestir de carne, de piel… permítete sentir de nuevo, amar de nuevo, aunque duela…
Escuchamos: “Huesos secos” Inés de Viaud
EN EL CUERPO EXISTIMOS
La Iglesia nos invita a celebrar el Misterio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo. Conmemoramos y hacemos vida el acontecimiento salvífico en que el Padre ofrece al mundo a su Hijo Amado para que, junto al Espíritu Santo, sea la vida del mundo. Pero para la familia palautiana, este gran Misterio es a la vez el Misterio de la Iglesia. La Iglesia está en el altar unida a Cristo como Cuerpo a su Cabeza.
“Donde está Cristo, está su Iglesia, y donde va uno, va otro, porque no puede concebirse vivo un cuerpo separado de su cabeza, ni una cabeza separada de su cuerpo. Cristo está en el Sacramento no sólo como persona particular, sino como Cabeza de su Cuerpo moral; y tal cual allí está, se da y se entrega por manos del sacerdote al que comulga.”
(MR 3,12)
Contempla en silencio el Cuerpo de Cristo sacramentado. Intenta ver no solamente la Cabeza, sino todo el Cuerpo unido en el trozo de pan. ¿Puedes ver rostros concretos de personas con las que te encuentras a diario? Intenta ver los rostros de los miembros de tu familia, de tu comunidad… compañeras de trabajo, vecinos, niños del colegio, ancianos del centro… También los rostros de los famosos de nuestros días: presidentes, políticos, víctimas de múltiples injusticias… Ellos también son miembros del mismo Cuerpo. Y tú estás en medio de ellos, unido a ellos con los lazos del amor que son más fuertes que la muerte…
Podemos escribir en un papelito los nombres de las personas concretas que nos vienen a la mente en este momento. Los ponemos en el altar, cerca del Santísimo. Todo acompañado con una música de fondo y en un clima orante.
EN EL CUERPO NOS MOVEMOS
Si sabemos sentir y amar, si sabemos ver a nuestros hermanos unidos a nosotros, es tiempo de hacer lo que está de nuestra mano para cuidar de este Cuerpo que es nuestro. Cuando algo nos duele, en seguida corremos al médico. Cuando lloramos, buscamos consolación de la gente cercana. Cuando la vida nos pesa, buscamos con quién compartir el peso. Hoy la Iglesia nos pide que seamos nosotros los médicos; los que consuelen y compartan los pesos. Nos pide que cuidemos de los miembros de nuestro cuerpo.
“Tu Amada Esposa, tu Hija, está y estará en el templo de Dios vivo día y noche, su Cabeza – Cristo Sacramentado – reclinada sobre el altar. Cuida de ella – la militante – enjuga sus lágrimas, consuélala en sus aflicciones, alivia sus pesares; lo que tú harás por ella en la tierra, ella te lo volverá a hará por ti en el cielo.”
(MR 1,31)
¿Recuerdas todos los rostros que has visto al contemplar a Cristo? Ahora es tiempo de que te pongas a ser su médico, su consuelo y apoyo… Hazlo por medio de una simple y espontánea oración, y a través de un compromiso concreto de cuidar de los que están a tu lado.
Después de expresar nuestras oraciones, podemos acercarnos a las personas presentes en el momento orante y, mirándolas a los ojos, decir: “Hermano/hermana, cuidaré de ti”.
Para finalizar este momento orante, recitemos a dos coros la en las que expresamos nuestra vivencia palautiana de la Eucaristía.
ADORO TE DEVOTE (adaptación palautiana)
Te adoro con devoción, Iglesia escondida,
Oculta verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
Y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
Pero basta el oído para creer con firmeza;
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
Nada es más verdadero
que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo el Cuerpo,
Pero aquí se esconde también la Cabeza;
Sin embargo, creo y confieso
que aquí estás presentes ambas,
Y pido que me hagas un solo cuerpo contigo.
Veo tus llagas, lágrimas y pesares,
Y confieso que eres mi Amada a quien cuidaré.
Haz que yo crea más y más en Ti,
Que en Ti espere y que te ame.
¡Oh Iglesia en Cristo y Cristo en la Iglesia!
Carne que te haces carnes conmigo:
Concede a mi alma que de ti viva
Y que siempre saboree tu compañía.
Iglesia Santa, Esposa Amada, límpiame a mí,
Inmundo, por la unión contigo:
Tan sólo una mirada tuya
puede liberar de todos los crímenes
al mundo entero.
Iglesia, a quien ahora veo oculta,
Te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro cara a cara
Sea yo feliz viendo tu gloria.
Adaptado del himno “Adoro te devote” atribuido a Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
ORACIÓN DEL CORPUS CHRISTI – ES