A veces, la esperanza parece lejana, sobre todo cuando el mundo se llena de sombras. Pero incluso en esos momentos, Dios sigue obrando.
La Hna. Ana Isabel Gento comparte su ponencia en la mesa redonda en la que participó este verano. Ofrece pinceladas de su experiencia en la República Democrática del Congo y en otros lugares donde también florece la esperanza en medio de la dificultad. Nos cuenta cómo aprendió a mirar, escuchar y vivir contagiada de esperanza en medio de la guerra y del sufrimiento, descubriendo la belleza escondida en lo cotidiano.
Reflexión compartida desde la experiencia misionera en la 77ª Semana Española de Misionología (Burgos)
“Recordar —decía el Papa León en su primera Eucaristía como Papa, en San Juan de Letrán— es volver a dirigir la atención del corazón a lo que hemos vivido y aprendido, para penetrar más profundamente en su significado y saborear su belleza.”
Mirar atrás para mirar con esperanza
A comienzos de julio me invitaron a participar en una mesa redonda de la 77ª Semana Española de Misionología en Burgos. El tema era: “Cómo contagiar esperanza en ambientes de desesperanza”, y a mí me tocaba hablar de cómo hacerlo en medio de la guerra.
Mientras preparaba lo que iba a decir, me pregunté si se trataba simplemente de contar mi pequeña experiencia en la República Democrática del Congo, o si también era una invitación a mirar nuestras propias guerras interiores: esas luchas silenciosas, nuestras cegueras y sorderas cotidianas… y descubrir que todavía se puede poner un poco de color esperanza en la vida.
Esa preparación me ayudó a hacer lo que el Papa León propone: volver al corazón, saborear lo vivido y descubrir su belleza. Así fue como encontré un camino de tres pasos para vivir —y contagiar— la esperanza.
1. Aprender a mirar
Antes de entender, aprendí a mirar. Pero para mirar con esperanza tuve que aprender a ver de otra manera, y para eso, muchas veces, tuve que desaprender.
Tuve buenos maestros:
- Los niños, con su mirada limpia y sincera, capaces de atravesar cualquier dolor.
- San Pablo, que al quedarse ciego camino de Damasco, aprendió a ver a los demás como parte del Cuerpo de Cristo.
- El Padre Francisco Palau, que miraba cada día con ojos nuevos porque se sabía mirado y amado.
“Amada mía, Esposa mía, Hermana mía (Iglesia), has herido de muerte mi corazón con una mirada…” (MR 2,11)
Desde esa herida de amor, el P. Palau aprendió a mirar a los que sufrían con los ojos del corazón, como lo hacía Jesús en el Evangelio.
2. Aprender a escuchar
En la vida no solo pasa lo que vemos… ni mucho menos lo que sale en la televisión. Escuchar “sobre” la guerra (en Gaza, Ucrania o el Congo) no es lo mismo que escuchar la guerra misma, esa voz que duele y calla corazones.
Aprendí que en muchos idiomas “escuchar” y “sentir” se dicen igual. Y eso lo cambia todo: escuchar es dejar que el sufrimiento del otro te toque.
El Padre Palau se atrevió a “alterarse” por el dolor humano (cf. Fratelli tutti 68). Se atrevió a sentir con el otro, a sanar desde la escucha… como lo hacía Jesús.
“Escuchar no es solo oír: es dejarse afectar por lo que el otro vive.”
3. Dejarse contagiar
Solo podemos contagiar esperanza si vivimos contagiados de ella. Y eso pasa por tocar la realidad: la carne, el corazón, el alma.
El Padre Palau vivió y murió contagiando esperanza, mostrando que la Iglesia-comunión —el Cuerpo de Cristo— sigue viva y herida en los más vulnerables.
Durante la mesa redonda mostré los rostros de nuestras hermanas misioneras en Goma, que siguen allí, amando, sirviendo y sosteniendo la vida. Ellas son testigos de que sí se puede aprender a mirar, escuchar y tocar con esperanza.
“Tocar al otro descalzos, como tierra sagrada… para que nuestra vida sea nueva cada día, incluso en medio del dolor.”
Un tiempo de gracia en Tres Cantos
De junio a septiembre viví un tiempo de gracia trabajando en el Centro San Camilo (Tres Cantos, Madrid), con los Padres Camilos —los “padres del buen morir”. Allí, en la residencia y en la unidad de cuidados paliativos, descubrí que el morir también puede estar lleno de vida.
Durante esos meses conocí al alcalde de Tres Cantos, que se interesó por la situación de los niños del Congo. Con el apoyo de nuestra ONG EDUCAS, quiso organizar unas charlas solidarias para ayudarles. Su gesto sencillo fue, para mí, un motivo más de esperanza.
Redescubrir los colores de la vida
En plena novena de Santa Teresa de Jesús, compartí esta experiencia en la parroquia que lleva su nombre, también en Tres Cantos. Hablamos de cómo a veces los colores y los sonidos de la vida se desordenan: dejamos de oír el cielo azul, de escuchar las hojas verdes, de ver la paz que se susurra… pero la esperanza sigue ahí, esperando que la redescubramos.
En el este de la República Democrática del Congo se sigue viviendo una de las mayores crisis humanitarias y de desplazamiento del mundo, una de las más olvidadas. Por eso, seguimos rezando y trabajando por la paz. Acompañemos a las hermanas que siguen allí, contagiando esperanza en medio de tanto dolor.
“Aprendamos juntos a caminar los caminos del encuentro; solo así podremos descubrir, escuchar y tocar la esperanza… incluso cuando el mundo parece haber perdido sus colores.”





