Jesús,  Palabra de Dios Trinidad, Dios familia, Dios unidad en el amor, en este día quiere dialogar con nosotros, en un diálogo que se hace encuentro en la sencillez del pesebre de Belén, en el anonimato de los muchos que fueron allí por el censo, entre  los humildes pastores, rodeado del calor de los animales, iluminado por las estrellas y la luna… dejándose abrazar y abrazando no sólo la humanidad sino la creación toda (Jn 1, 1-5. 9-14)

Viene trayendo vida, luz y por sobre todo, un mensaje que toca lo más íntimo de nuestra identidad: somos hijos e hijas… tenemos un Padre que nos ama con amor tierno, infinito y fiel; tenemos un hermano, Jesús, que acepta por amor compartir nuestra fragilidad…tenemos un Dios que nos está diciendo hoy que somos familia,  desde el último recién nacido hasta el más anciano de este planeta, desde el más pobre allí más rico;  que somos hermanos y hermanas llamados a vivir la fraternidad trinitaria que llevamos impresa en lo hondo de nuestro ser; que los odios y las guerras, las injusticias y desigualdades, las indiferencias y egoísmos no son parte de nuestra identidad ni nos llevan por los caminos que vino a señalar Jesús.

Este Hijo de Dios y hermano nuestro viene además a enseñarnos su idioma, que es  lenguaje lleno de humanidad, lenguaje que nos hace más dialogantes, más genuinos, más felices, más fecundos, más hermanos, más comunidad, más familia: el lenguaje del amor sin medida, de los gestos concretos, de las reconciliaciones, del construir juntos, del sanar heridas y liberar cadenas, el idioma que entienden los marginados, los pecadores, los rechazados, los migrantes y los abandonados, el idioma capaz de transformar los corazones más endurecidos, de reconstruir las historias más destrozadas.

Alegrémonos con gozo,  bendigamos a nuestro Dios, cantemos gloria con todo el corazón, que todo el Universo  reconozca en el Niño de Belén esa Palabra de Vida y Luz que ha bajado del cielo para acampar en nuestras vidas sedientas y en nuestra creación anhelante.

En esta Navidad, unámonos a Isaías (Is 52, 7-10) y  cantemos y   aclamemos  al Señor, “nuestro rey” porque ha querido acercarse para dialogar con  nosotros y traernos su mensaje Redentor.