Escuchar es amar y amar es escuchar. Cuando amamos, la «palabra» de la persona que amamos se convierte no en algo irrelevante para nosotros, sino más bien, se vuelve valiosa y significativa, como lo menciona Jesús a sus discípulos en el Evangelio de hoy: «el que me quiera cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendrá a Él y morará con Él». Conservar la Palabra nos impulsa a aferrarnos a sus enseñanzas, a seguir sus mandatos, a hacer lo que Él hace, a encarnar sus palabras, a amar como Él. Un amor que avanza, se extiende, un tipo de amor que va más allá de uno mismo, que está dispuesto a morir para que otros puedan vivir, manifestación plena de la presencia amorosa de Dios.
Cuando no hay amor, la palabra se vuelve irrelevante, impotente e ineficaz. Sólo los corazones que aman, permiten que la Palabra penetre en “su más profundo centro” para ser tocado, para ser transformado. Un corazón capaz de distinguir su origen, sus raíces, como dijo Jesús: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís no es mía, sino del Padre que me envió”.
En un mundo tan cambiante, con tanta incertidumbre y lleno de preocupaciones, Jesús nos asegura que el Espíritu Santo descenderá sobre nosotros para guiarnos, protegernos, enseñarnos todas las cosas y recordarnos todo lo que Él nos enseñó. Este Espíritu nos fortalece y nos sostiene para soportar y aceptar las realidades de la vida, para que podamos ser hombres y mujeres firmes en nuestra fe. Creyentes que dan testimonio del Señor resucitado, portadores de la luz, portadores de la paz, transmisores de la alegría, que son hombres y mujeres al servicio del amor a Dios y al prójimo, especialmente al más necesitado. “Estas cosas te he hablado, mientras aún estoy contigo. Pero el Consejero, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, te enseñará todas las cosas y te recordará todo lo que te he dicho”.
En medio del odio y la guerra, los conflictos políticos y la división entre familias y naciones, Jesús nos consuela y sus palabras garantizan la paz que el mundo no puede darnos. Nos recordó que no nos preocupemos, porque no hay razón para que tengamos miedo a menos que aprendamos a confiar en Él y confiarle todo. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.
Jesús nos invita a tener una actitud de abandono, a regocijarnos porque Él regresa a su Padre, que es más grande que Él. Quien ama verdaderamente, celebra y acompaña a quien ama, no solo en sus dolores, problemas y dificultades, sino sobre todo en sus victorias, triunfos y alegrías. Pidamos al Señor que nos ayude a ser hombres y mujeres que escuchen Sus palabras y las guarden.

HERMANA CMT ASIA