Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir (Jer 20, 7-9)

Si estás leyendo esta reflexión es porque en algún momento de tu vida has vivido esta experiencia con el Señor: te cautivó y te dejaste cautivar, te enamoró y te dejaste enamorar, te sedujo y te dejaste seducir…

En algún momento de tu vida pudiste experimentar esa presencia y amor de Dios con tal certeza, con tal claridad, con tal fuerza que hoy te tiene aquí, en estas líneas, buscándolo, queriendo escuchar su voz, comprender su voluntad, encontrarte nuevamente con su amor.

Como Jeremías, seguramente han pasado muchas cosas en tu vida que han puesto a prueba ese amor, tu fe, tu perseverancia, tu fidelidad. Por cierto, que tu relación con Dios habrá sido objeto de más de alguna burla, juicio o cuestionamiento y, sin embargo, aquí estás, como cada domingo, viniendo a su encuentro. Y es que, a tu manera, has experimentado en lo profundo de tu ser, en ese espacio interior misterioso y sagrado, la fuerza del amor de tu Dios, ese amor que te ha llevado a amar, servir y relacionarte con los demás con el sello divino de la bondad, la fraternidad, la misericordia, el compromiso con el sufriente; un amar y un servir que rompe los esquemas de un mundo, en muchos sentidos, dominado por el egoísmo y la indiferencia.

Qué bendición que, en los momentos difíciles para nuestra fe, las palabras pronunciadas por el profeta hace tantos siglos atrás sigan vivas en nuestros corazones en el hoy de nuestra fe…

Hay en mi como un fuego ardiente encerrado en mis huesos, yo me esfuerzo por contenerlo y no puedo…

Que desafiantes suenan ahora las palabras de san Pablo en la segunda lectura:

“Los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto” (Rom 12, 1-2)

Qué interpelante la invitación de Jesús:

«El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 21-27)

Sólo quien deje fluir ese fuego ardiente encerrado en los huesos podrá seguir “perdiendo”- entregando la vida, y con ello, liberando la vida de Dios en la humanidad, en el entorno, en cada encuentro y servicio, en cada “historia” necesitada de ternura y misericordia, de sanación y liberación, de cercanía y fraternidad.

Carmelita Misionera Teresiana, América

Descargar la reflexión aquí: Me sedujiste Señor… Dgo XXII TO