Es la hora de la verdad, es la hora de la trasparencia. El mundo clama.

Hay días, Señor, que tu Palabra, me confronta y sacude, me desarma y cuestiona. Y hoy es uno de esos días, porque me hablas de la importancia de la verdad, de la trasparencia, de la honestidad, y muchas veces, ésta es un bien escaso, o desfigurado en nombre de lo conveniente. 

¡Cuánta gente en la humanidad lleva en lo profundo la dolorosa experiencia de Jeremías, la calumnia, la difamación, la persecución, la envidia, los celos, incluso llevado hasta la muerte! ¡Cuántos, Señor, sufren en soledad las consecuencias de no haberse sentido amados, estimados, valorados! ¡Cuántos vagan por los caminos hiriendo a otros porque no han descubierto la carencia que llevan dentro! ¡Cuántos viven avergonzados por el pecado que les atraviesa! ¡Cuántos, Señor, lo cargan y ni se dan cuenta! ¡Cuántos, Señor, incluso caminan por el mismo camino que yo! ¡A cuántos he herido y cuántos me han lastimado! Somos tus hijos, hermanos entre nosotros, frágiles, vulnerables, pero tu Palabra nos conforta y devuelve la esperanza: “Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos”.

Una vez más, me siento traspasada por tu Misericordia, porque eres el Dios de las infinitas oportunidades, solo esperas de nuestra parte determinación y perseverancia. El don y la gracia nos ha sido dado en abundancia, solo nos pides que creamos en Ti, que amemos la verdad y vivamos en trasparencia: Al final, lo que perdura y lo que cuenta, es el Amor.  “Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud (Rom 5,12-15)”.

Por eso, Señor, ayúdame, ayúdanos a encarnar tu Evangelio, a trasparentar tu belleza, danos la fuerza para proclamar tu mensaje, tu Amor, tu Misericordia; impúlsanos a llevar tu mensaje por todos los rincones y a todas las personas, con la certeza de que “Nada hay oculto que no llegue a ser descubierto; nada secreto que no llegue a saberse” (Mateo 10, 26-33).

Haznos mensajeros de la luz, misioneros de la verdad y la trasparencia, y libéranos de todo miedo de ser nosotros mismos, de acoger nuestra fragilidad y pobreza.  Recuérdanos tu promesa y que ella sea nuestra fuerza, motor y meta: “En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados. ¿No valen ustedes más que muchos pajaritos? Por lo tanto, no tengan miedo” (Mateo 10, 26-33)

Es la hora de la verdad, es la hora de la trasparencia. El mundo clama. Hagamos eco de las Palabras de Edith Stein, recemos con ellas y hagámoslo vida:

“El mundo está en llamas. El incendio puede alcanzar también a nuestra casa. Pero en lo alto, por encima de todas las llamas, se eleva la cruz. Ellas no pueden quemarla. Ella es el camino de la tierra al cielo. Quién la abraza con fe, con amor y esperanza es llevado hasta el seno de la Trinidad. 

El mundo está en llamas ¿Deseas apagarla? Mira a la cruz. Desde el corazón abierto brota la sangre del Redentor. Ella apaga las llamas del infierno. Haz libre tu corazón con el fiel cumplimiento de tu profesión, entonces se derramará en tu corazón el caudal del Amor divino hasta inundar y hacer fecundos todos los confines de la tierra. ¿Oyes el gemir de los heridos en los campos de batalla del Este y del Oeste? Tú no eres médico, ni enfermera, y no puedes vendar sus heridas. Tú estás encerrada en tu celda y no puedes alcanzarlos. ¿Oyes la llamada agónica de los moribundos? Tu quisieras ser sacerdote y estar a su lado. ¿te conmueve el llanto de las viudas y de los huérfanos? Tú quisieras ser un ángel consolador y ayudarles. Mira al crucificado. Si estás esponsalmente unida a Él en el auténtico cumplimiento de tus santos votos, es tu sangre, su sangre preciosa. Unida a él eres omnipresente como él. Tu no puedes ayudar como el médico, la enfermera o el sacerdote aquí o allí. En el poder la cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción, a todas partes te llevará tu amor misericordioso, el amor del corazón divino, que en todas partes derrama su preciosísima sangre, sangre que alivia, santifica y salva. 

Los ojos del crucificado te están observando, interrogándote y poniéndote a prueba. ¿Quieres sellar de nuevo y con toda seriedad la alianza con el Crucificado? ¿Cuál será tu respuesta? “¿Señor, a dónde iremos? ¡Tú solo tienes palabras de vida eterna!”.

(Exaltación de la Cruz, 14-9-1939)

CARMELITA MISIONERA TERESIANA

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