Aquí me tienes Señor, un día más, intentando acoger tu Palabra, deseando que cale en toda mi persona y que vaya dándome luz y transformando mi vida. Y, una vez más, descubro nuevos horizontes y provoca en mí diversos sentimientos.
Cuántas personas, a lo largo de la historia han gritado ante ti, como Habacuc: “¿Hasta cuándo clamaré Señor, sin que me escuches?… ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?”. ¡Cuántas personas no muy lejos de nosotras siguen hoy gritando ante ti!
Ya le pregunta Palau a Teófila en su obra “Lucha del alma con Dios”: “¿No la tiene a usted meditabunda y llena de admiración el que siendo Jesús el buen Pastor…mira sin abrir la boca y con indiferencia –según parece-…? ¿Por qué nada hace en defensa de sus ovejas? ¿Por qué más bien parece que ha secundado los proyectos de los impíos?”
¿No es cierto que también tú hermana te has hecho esta pregunta en más de un momento a lo largo de la vida? ¿Injusticias, violencia, sufrimientos muchas veces provocados, desastres naturales…? y, para colmo, parece que siempre tienen que sufrir los mismos.
¿Dónde te escondes Señor? ¿Es que realmente no te importa?
¿Qué visión será esa que Dios muestra a Habacuc y le pide que escriba en unas tablillas?
“Es una visión a largo plazo, pero vuela hacia su cumplimiento y no fallará;
aunque se demore, tú espérala…el injusto tiene el alma hinchada, pero
el justo vivirá por su fe”.
Parece una invitación a permanecer inquebrantables en la fe en un Dios que sigue pendiente de su pueblo.
Siento que, con este telón de fondo, puedo hacer mías en este momento las palabras que dirige Pablo a su hijo amado Timoteo y seguro que también tú puedes hacerlas tuyas.
“Querida hermana: reaviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos;
porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.
Y es que, no quiero engañarme, necesito más que el pan, este espíritu de energía, amor y buen juicio, que Dios me regala, para realmente poder asumir “los duros trabajos del evangelio”, para contribuir a la realización de la visión, para contribuir a la construcción de un mundo más humano, sabiendo que Él me da el Espíritu y las fuerzas pero que yo, como Timoteo, soy responsable de mantener viva la llama.
Me siento protagonista, me siento parte de esta historia, por eso necesito reavivar el Don recibido. Hoy Dios sólo puede actuar a través de ti y de mí.
He podido pensar alguna vez que Pablo se pasa en su mensaje a Timoteo, que seguir a Jesús es un camino de alegría y, ciertamente es así. Pero también es cierto que el seguimiento radical de Jesús, el servicio incondicional a la Iglesia de rostros concretos, supone descubrir la alegría en la entrega, asumir los riesgos de optar por la justicia, vivir en solidaridad con los que no tienen, no saben o no pueden dar respuesta al grito de tantos hermanos nuestros que claman justicia.
¿No son duros los trabajos del evangelio si realmente vivimos en la actitud del que sirve continuamente a sus hermanos?
¿No son duros los trabajos del evangelio si vivimos sin mirar hacia otro lado cuando a nuestro alrededor se presenta alguna situación de manipulación, de injusticia, de necesidad?
¿Y si todo es suave en nuestra vida no será que no estamos dónde debemos estar o quizá del modo como debemos estar?
Como los apóstoles necesito pedir: “Señor, aumenta mi fe”, aumenta en mí la confianza incondicional, la conciencia firme de que
“Dios, como buen Padre, me conduce por la mano y me guía por donde Él quiere”. (C 56)
Sólo desde esta confianza puedo decirle:
“Yo te doy lo que soy, lo que tengo y quiero y cuanto puedo tener”.
Yo me doy a ti, oh Iglesia santa,
en amor, obediencia, castidad y pobreza, en fe y esperanza”.
(MR 844)
Mi pequeña experiencia me confirma que este es el camino de la auténtica alegría.
VERSIÓN DESCARGABLE: Domingo 6 de octubre de 2019 ..
CARMELITA MISIONERA TERESIANA-EUROPA