Las lecturas de hoy nos ponen frente a la experiencia de la oración… de ese encuentro personal y comunitario con Dios que nutre nuestra existencia y nos prepara no sólo a vivir el hoy sino también la eternidad.

Es interesante ver cómo a Jesús quería “enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer” (Lc 18, 1-8)

Y es que orar alimenta la vida, educa la mirada, enseña el corazón, sostiene y envía. Es hablar, dialogar, hacer parte de Dios de todo lo nuestro: nuestra persona, nuestra familia, nuestra sociedad, nuestra historia… Y de hacerlo con insistencia, sin cansarnos, sin distraernos porque sabemos que de esa relación depende que lleguemos a ser aquello para lo cual fuimos creados.

Somos muchos los que buscamos esos espacios personales para simplemente estar con Cristo, para conocernos, hablarnos y sobre todo amarnos; se trata simplemente de gozar de la presencia mutua, dejándonos cautivar por este encuentro que nos va haciendo crecer como personas y como cristianos, encuentro siempre sorprendente que nos enseña, nos desafía nos consuela y llena de esperanza; relación personal profunda que nos regala el ir madurando a todos los niveles, que va desencadenando un proceso de transformación que nos lleva a ser más humanos, más libres, más felices, más hermanos… Y es que la oración no es una egoísta experiencia de gozo personal, sino sobre todo una escuela de hermandad, de fraternidad, de entrega, porque en ese dialogar orante voy paso a paso descubriendo que ese Dios al que amo y con el que busco relacionarme en amor y entrega, habita cada uno de mis hermanos y hermanas, asume su rostro, su historia…

Pero también está esa otra dimensión comunitaria que vemos en la lectura del Éxodo (17, 8-13). Moisés ora acompañado y ayudado por la comunidad. Se cansa y sus hermanos acuden en su ayuda.

La vida orante, aunque bella y fecunda, no es fácil y dejarnos “tocar” y transformar por ella es aún más complejo. Sin embargo, tenemos un apoyo maravilloso para esa perseverancia de que nos habla Cristo: la comunidad.  Allí encontramos otros y otras que, como yo, buscan y se esfuerzan por mantener esa comunicación vital con Dios y “nuestra familia en Él” que son los hermanos y hermanas con los cuales se nos regala compartir la vida.

Hoy, como Iglesia universal, celebramos el Domingo de las Misiones, entendiendo por ello la misión ad gentes que desarrollan muchos hombres y mujeres, que abandonando sus tierras de origen se mueven a otros lugares para llevar la Buena Nueva con su vida y sus palabras.

Ayudemos todo lo que podamos a esos misioneros, pero, por, sobre todo, hablemos al Señor de ellos, pidamos por ellos, presentemos a nuestro Dios toda su generosidad y entrega.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA-AMÉRICA