El COVID 19 ha herido a la humanidad… ha globalizado el dolor, el miedo, la incertidumbre y muchos creyentes, como Tomás, en el evangelio de hoy ( Jn 20, 19-31) han/hemos pedido “ver y tocar” señales de  Vida  en medio de tanta muerte…
¿queremos ver y tocar? ¡abramos los ojos de la fe!
Jesús, como aquel atardecer, está viniendo, vivo, glorioso y regalándonos la paz. Seamos como la comunidad de discípulos, que no hacen preguntas, no piden explicaciones, no exigen nada sino que simplemente se dejan sorprender por su presencia, y por eso…
“cuando vieron al Señor, se llenaron de alegría”

La situación afuera no ha cambiado, los judíos los persiguen, están en peligro, real, sin embargo el experimentar la presencia cierta del Señor cambia todo “por dentro” … de cada uno y de la comunidad…  Que las cuarentenas, la distancia social y la incertidumbre no nos quiten la capacidad de dejarnos sorprender por la presencia de Cristo vivo. ¡Abramos los ojos de la fe! y reconozcamos esas heridas llenas de “otra Vida”…

Por alguna razón, esa tarde, Tomás no estaba para alegrarse con sus hermanos y hermanas al ver al Señor y tampoco quiso creer en el testimonio de su comunidad;  él quería también, personalmente,  no sólo ver al Señor sino además “tocar sus heridas”… Esa era su exigencia para creer en la Resurrección del Maestro.

Aquí hay una gran invitación a valorar y agradecer la comunidad creyente a la que pertenecemos y de la cual hemos recibido y recibimos tanto para crecer y ahondar nuestra vida de fe. Tal vez estos momentos de pandemia,  en que muchos nos vemos privados de la comunidad física,  sea una bendita oportunidad para reconocer cuánto significa en nuestras vidas el calor de un abrazo, la intimidad que se crea en torno  a una vela encendida y el compartir la Palabra, el calor  que sentimos al escucharnos unos a  otros cuando se abre el corazón y se comparte la vida.  Seamos mujeres y hombres agradecidos, agradezcamos por esos hermanos y hermanas con los cuales hago camino comunitario, por ese espacio  que muchas veces damos por descontado, como derecho, como si tuviese que ser así, cuando en verdad es un regalo, un don y una oportunidad.

En este segundo domingo de Pascua, domingo de la Misericordia,  abramos los oídos del corazón para escuchar – en estos precisos momentos de la historia- a Jesús diciéndonos “La paz esté con ustedes”, y quizás también ,“Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás exige a Jesús según sus propias expectativas  y Él se lo otorga; se presenta allí, le muestra sus llagas y se las ofrece para que las toque; no se enoja con Tomás y con su fe pequeña sino que simplemente advierte a todos que hay otra manera de creer en Él más honda, libre y gratuita:

“Dichosos los que creen sin haber visto”
Para cada uno y cada una Dios tiene un camino y un modo de mostrarse, de salir a su encuentro; aceptemos simplemente sus  modos y momentos  y también en nuestras vidas se producirá esa explosión de alegría de los discípulos o el “Señor mío y Dios mío” de Tomás. Dios es Misericordia  y  trata a cada persona según “su estatura espiritual”.
Pero este encuentro no es sólo gozo, asombro y enseñanza, hay también un envío y una capacitación…
“Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo”
En este segundo domingo de Pascua del 2020 puedes tomarte un tiempo y tal vez preguntarte:
 

¿A qué me  está enviando Jesús en estos días

de pandemia, cuarentenas, muerte, miedo y esperanza?

¿Qué siento que el Señor le está pidiendo a mi corazón creyente en estos días?

 

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA