“En adelante, en este monte mi nombre es María y será la Virgen Madre de Dios la que me representará en mis relaciones para contigo. Puesto que nuestro enlace espiritual es ya un hecho consumado, ya no hay que insistir en materia de amores. Tú me amas, yo te amo, y el amor es obras» (MR 1,19). «Predica en el mundo esta grande verdad. Yo no soy el término último del amor del hombre, sino que soy la figura de la Iglesia, Virgen pura y Madre fecunda, y es ésta la Cosa Amada designada por la ley del Evangelio, que es la ley de la caridad” (MR 8,15).
Es en la dimensión misionera de la devoción mariana, donde el P. Palau centra, de manera particular, la advocación del Carmen a quien llama abiertamente «Virgen misionera».
El carmelita ha visto siempre a la Virgen como ideal de su consagración religiosa, el espejo en que debe mirarse para ejercitarse en las virtudes.
Esta dimensión ejemplarizante la llevó siempre enraizada en su espíritu el P. Palau.
“Me dijo: Marcha, predica el Evangelio. Esta es la ley: Amarás a Dios por ser Él quien es, bondad infinita; y a tus prójimos como a ti mismo” (MR 1,20).
“María, Madre de Dios, tipo perfecto y acabado de la Iglesia universal, viene a tu corazón para tratar no asuntos de amor, sino los intereses que miran al bien espiritual de la misma Iglesia” (MR 9,11)
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”
(EG 27)
«Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades».
Nos acercamos a ti para pedirte que nos ayudes a descubrir
el empuje misionero que necesitamos como Iglesia de Cristo. Amén.