Muchas veces repetimos esta frase u otra similar cuando queremos recordar todo lo bueno que Dios nos ha ido regalando a lo largo de nuestra vida.
El próximo día 15 de agosto, celebro 25 años de mi consagración como Carmelita Misionera Teresiana. Se agolpan en mi mente muchos recuerdos, experiencias, personas… y algunos de ellos quedan a modo de poso, como huella indeleble en el corazón. ¡Qué lejos estaba yo de pensar en aquel momento por dónde me iba a llevar el Señor!, pero nunca dudé de que su presencia me iba a acompañar siempre, como así ha sido.
Han sido 25 años donde he podido palpar la bondad de Dios, su misericordia entrañable, y donde he ido descubriendo que su llamada es para siempre, aunque descubra su voluntad poco a poco. No puedo reducir la experiencia de entrega a la Iglesia solo a lo que ha supuesto la vivencia de estos dos últimos años, pero tampoco puedo negar que muchas de mis energías, de mi salud y reposo, mucho de eso que “no temo sacrificar” (cfr. Cta. 49,1; MR 8,28), como decía Palau, tiene que ver con el servicio liberador que Dios nos presentó justo en este periodo, en estos casi dos años. Es precisamente a este tiempo al que quiero dedicar parte de mi reflexión. Es difícil resumir en un testimonio escrito y breve toda la vida que se ha generado en este tiempo, pero trataré de transmitir, a modo de “cápsulas”, lo que se ha ido gestando en el corazón día tras día.
AGRADECIMIENTO, en primer lugar, por haber podido palpar tan de cerca el dolor de los 8.126 hijos de Dios, criaturas inocentes que sufren la maldad de los adultos. Esta realidad era demasiado lejana para mí y hoy, por pura gracia, dolorosamente se ha vuelto familiar, se me hizo cercana solo porque Dios me lo quiso revelar. Puede parecer una contradicción hablar de gratitud cuando hay tanto dolor que atraviesa esta realidad y por eso trataré de explicarme. Compadecerme de verdad, desde las entrañas, es algo del todo inmerecido y por lo mismo gratuito, así lo acojo y lo reconozco. Mis hermanas del equipo general de animación y gobierno y alguna persona más, son testigos de las lágrimas que he derramado debido al dolor provocado ante la llegada de tantas noticias, de muchos testimonios impensables por dolorosos e inhumanos. En otras ocasiones las lágrimas eran fruto de la alegría expresada al saber que muchos ‘Josés’ y otras tantas ‘Marías’ de nuevo recobraban la libertad que les fue robada, o podían volver a encontrarse con sus propias familias o ser acogidos por alguna familia, o incluso por descansar para siempre en los brazos amorosos del Padre, donde nunca nadie les hará más daño. Seguramente, después de esta breve explicación, muchos de los que leáis estas palabras comprenderéis un poco mejor porqué hablo de agradecimiento, porque lo primero que me nace es agradecer.
Otra palabra que me ha acompañado en este tiempo es INTERCESIÓN, dimensión muy palautiana. En muchos momentos cuando la angustia, la impotencia, la oscuridad, la necesidad de dar una respuesta rápida y arriesgada, etc., aparecían en mi vida, no podía hacer otra cosa más que orar sin desfallecer, en primera persona, y a la vez pedirlo a otros. Puedo aseguraros que el milagro llegó en muchas ocasiones, incluso cuando todo parecía imposible. Esta es otra de las verdades que ya no son aprendidas sino que son experimentadas en mi vida: Dios escucha el dolor de su pueblo y lo hace a tiempo, cuando lo esperamos, y también cuando ya hemos tirado la toalla; Él es siempre Señor de la historia y la lleva a su término por caminos insospechados, pero siempre seguros.
Hace mucho tiempo que venimos hablando de la importancia de lo INTER y esta es la siguiente cápsula que quiero compartir. Ha sido fundamental en todo este proceso la complementariedad de tareas, de talentos, de responsabilidades. Ha sido una experiencia única el estar en relación con otros, muchos otros que han dado pruebas de profesionalidad y misión. Nosotras formamos parte de una cadena amplia, somos un eslabón más que ha ayudado a conseguir metas impensables: ¡8.126 vidas rescatadas! Estoy convencida de que nosotras solas no habríamos llegado tan lejos, lo mismo que sin nosotras, sin Marcela sobre todo, y sostenida por la Congregación, el resultado hubiera sido otro. Formamos parte de un cuerpo y entre todos logramos acercarnos más al sueño de Dios. Aquí nadie queda fuera, hasta la persona y la acción aparentemente más insignificante cobra sentido en el conjunto; todos hemos sido necesarios.
Clave en todo este proceso ha sido el ACOMPAÑAMIENTO. Son varias las personas que han sostenido nuestra entrega, la mía personalmente, siempre desde el silencio, la presencia discreta, no queriendo saber más de lo que se comunicaba. Son personas que en todo momento han sido presencia amiga; en algunos momentos consolando, en otros discerniendo, y siempre alentando. Incluso con quienes he contactado puntualmente por la gravedad y complejidad del caso, personas reconocidas a nivel eclesial, siempre se han mostrado colaboradores y dispuestos a ayudar en todo lo necesario. Unos y otros en todo momento apoyando esta gran misión que Dios mismo nos puso delante y con la que no tuvimos miedo de colaborar.
Muchas más cosas quisiera expresar, más adelante llegará la ocasión de compartirlas. Esto es sencillamente un breve comentario, a modo de pinceladas, que expresa de forma muy sintética lo que hoy es parte de mi ser.
“Porque te amo Iglesia santa, busco en los servicios ocasión de complacerte” (MR 9,6)
… decía nuestro fundador, el Beato Francisco Palau, y yo digo, porque te amo, María y tantas Marías y tantos Josés, en cada situación que se me presente, en cada decisión que deba tomar, en todos los momentos que tenga oportunidad, será la ocasión de mostrarte que te amo y te complazco. Vosotros merecéis toda la entrega, todos los desvelos, las caricias, la ternura que hay en mi corazón de mujer consagrada.
¡Gracias porque habéis hecho de mí una mujer fecunda!
¡Gracias por llenar de sentido mi entrega!
María José Gay Miguel, Animadora General CMT