El Evangelio de hoy nos revela el secreto de la felicidad. Nos revela cómo podemos vivir con Jesús “otra” vida, comenzando ahora y que durará para siempre. Nos revela como escapar a la muerte – no a la muerte física, que en último término es sólo una etapa de la vida – sino a la verdadera muerte: la muerte interior, la que mata definitivamente.

Jesucristo nos dice: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Cuando habla del grano de trigo: Jesús habla de sí mismo.

¿Qué le sucedió a Jesús? Lo que sucede también hoy a los hombres y mujeres comprometidos, que se entregan por sus convicciones: molesta, incomoda, rompe círculos de interés y pecado, cambia las cosas, muestra caminos distintos. ¡Si Cristo cambió hasta la religión!

Entonces, se le persigue, se busca una ocasión para arrestarlo. Y una noche lo toman preso, porque un amigo lo traiciona y después de un juicio injusto, lo condenan, lo torturan y lo ejecutan. Aquellos hombres ¿lograron realmente “quitar” la vida a Cristo? No, porque aún clavado en la cruz es verdaderamente libre y ama.

Pensemos un momento en nuestra vida. Nuestra vida la hemos recibido y la recibimos cada día.

Nos viene de Dios, porque nadie se ha dado la vida a sí mismo.  Nos viene de Dios, pero por medio de otros. Vivimos porque otros no se han guardado para ellos mismos la vida que a su vez, habían recibido. Nosotros no somos los propietarios absolutos de la vida recibida. Debemos acogerla, hacerla fructificar y trasmitirla gratuitamente. Cuando la retenemos, muere en nuestras manos, porque está hecha para circular y lo hace a través del amor.

Amar es no guardar la vida para sí mismo, sino darla. Porque amo, doy un poco de mi tiempo, de mi ternura, de mi vida. Amar es siempre dar la vida al otro y recibirla del otro. Pero nadie puede dar su vida si no renuncia a ella, si no renuncia a algo de la misma. Esta renuncia para poder dar, es una forma de morir a sí mismo.

En lo profundo de nuestro corazón preguntémonos, ¿qué es lo que nos hemos negado amar o rehusado dar? tal vez desde hace meses o años…

¿Para qué sirve la vida si no es para darla? nos dice Jesús.  “El que quiere guardarla la pierde, y el que quiere darla, la encuentra”, ¡He aquí el secreto de la felicidad!

Bien lo supo Francisco Palau, un hombre entregado totalmente a la Amada, Dios y los prójimos, la Iglesia… una misma realidad, el objeto de su amor que lo hizo salir de sí haciendo de su vida DONACIÓN…

Ayer precisamente recordábamos su Pascua. Que la mejor manera de honrar su memoria sea nuestra vida entregada por AMOR, que, como hijas de tal padre, podamos encarnar el “No hay amor más grande que dar la vida” y así poder decir como él:

“Te amo, tú lo sabes: mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor”. MR, III, 3

CARMELITA MISIONERA TERESIANA-AMÉRICA