En aquel tiempo muchos se quedaron con desilusión, como si la muerte de Jesús se apagara ese fuego que sus corazones sentían al escuchar sus enseñanzas, al verlo servir y amar a los más despreciados para la época, indudablemente Él les había marcado la vida, pero después de este aparente final lo único que sentían era tristeza y desolación. Y tú Nuestra Madre María, ante el sepulcro cerrado, permaneces calmada, en silencio y sin perder la esperanza, lo que experimenta tu alma no se puede expresar con palabras, porque has sentido cómo una espada atravesaba tu corazón y así también Dios te da la gracia de aceptar con paz y alegría sus caminos sinuosos.
Madre hoy queremos pedirte que acrecientes nuestra fe y nuestra confianza para poder ver y aceptar que siempre detrás del sufrimiento y la muerte renace la esperanza y la vida.
Que vivíamos Madre como tú y cada día contemplemos en nuestro vivir los misterios de Dios y lo meditemos en nuestro corazón