Un día, después de un largo encuentro donde hablamos sobre las inquietudes y realidades de las familias beneficiarias más pobres del Centro Sor Teresa del Sto. Niño, así como de las dificultades y desafíos que se presentan. Le pregunté a la directora del Centro: hermana, ¿por qué a pesar de todo, tenemos que ayudarlos? Y ella me respondió que no podemos hacer la vista gorda ante la realidad de nuestros hermanos que tenemos frente a nosotros. No podemos rechazarlos, debemos salir en su ayuda.

El evangelio de hoy describe la historia de dos personas que caen a los pies de Jesús y le suplican. Un funcionario de la sinagoga, llamado Jairo, suplica por la vida de su hija, mientras que la mujer que sufre una hemorragia suplica por la suya. Movido por la compasión, Jesús le asegura a Jairo que no tenga miedo y que tenga fe, dado que el sirviente y la gente estaban llorando en su casa porque creían que la hija de Jairo estaba muerta. Y con las pocas personas en la habitación con el cadáver presente, ocurre el milagro. Jesús toca a la niña muerta y la devuelve a la vida. El mismo consuelo y seguridad se le dio a la mujer que sufría una hemorragia. Jesús le da su paz y ordena la curación de su aflicción.

Nuestro Evangelio nos recuerda cómo debemos responder a las necesidades de los miembros de la Iglesia más heridos y desfigurados. Que aprendamos a escuchar y a sentirnos conmovidos con compasión por la realidad de nuestro tiempo. Y que el ejemplo de Jesús sea nuestro modelo para vivir nuestro día a día.

 

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ASIA

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