Señor, soy una mujer consagrada. Un día ofrecí mi vida a tu servicio, para ser tu propiedad, carne de tus carnes, para ir adonde quieras que vaya amando a tu pueblo. Hoy tu Palabra me hace preguntarme a mí misma: ¿a quién sirvo? ¿amo a mis prójimo como un esposo ama a su esposa? ¿también yo quiero irme?

Durante tantos años me he dado cuenta de que no da lo mismo a qué Dios una sirve. Es fácil dejarse llevar por “el Dios del turno”, por las modas y maneras de entender su acción en el mundo y en la historia. En el tiempo de pandemia es fácil repetir las palabras de tantos que dudan de que a Dios le importe qué pasa con nosotros. Hay tantos pregoneros de la muerte de Dios y de la inutilidad de la fe en él. ¿Quiero servir a su Dios muerto? ¿O me quedo pegada al Dios que me mostró tanto amor a lo largo de mi camino, haciendo lo posible para que se presencia no muera en mí?

Durante tantos años me he dado cuenta de que todos somos uno. Somos un cuerpo, lo que hago o dejo de hacer repercute en la vida de los demás. He dejado a mi padre y a mi madre para unirme en un solo cuerpo con los que se sienten rechazados, excluídos, para decirles que no están solos. Sé, Señor, que solo el amor puede crear este vínculo; sin él, la fraternidad universal son solo palabras huecas en mi boca. No tengo marido pero sé muy bien qué significa pasar noches de insomnio esperando a una hija que no vuelve a tiempo a casa, o llorando por experimentar el drama del fracaso y abandono. ¡Gracias, Señor, por el corazón de esposa y madre!

Durante tantos años me he dado cuenta de que no soy inmune a lo que pasa alrededor mío. Me duele el drama de tantas personas que, como yo misma, no somos fieles hasta el extremo. Resulta atrayente tirar la toalla y marcharse escandalizada de mi propia incapacidad de aceptar las demandas de la vida consagrada, escandalizada de los pecados en la Iglesia y de mi congregación. Tú sabes, Señor, cuántas veces más te voy a traicionar, y sin embargo sigues atrayéndome al Padre porque soy tuya, a pesar de todo. ¿A dónde podré ir? He gustado y he visto qué bueno eres, porque perdonas y acoges setenta veces siete. Por eso con alegría te repito: soy una mujer consagrada a Ti, somos una sola carne, Tú tienes palabras de vida eterna y yo te serviré a ti, Dios vivo, mientras viva.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA