La mayor parte de las veces, el «premio» se asocia con algo grandioso. “Ser el mejor y el número uno en todo momento”. Pero el Evangelio de hoy nos dice que las cosas buenas que hacemos, incluso las aparentemente insignificantes como por ejemplo, dar un vaso de agua, no quedarán sin recompensa, y los grandes actos sin amor, tienen consecuencias. Con esto, estamos llamados a examinar aquellos que nos motiva a hacer las cosas; mirar atentamente los porqué o las razones de nuestras acciones, la pureza de las intenciones. Y quizás hacernos estas preguntas nos ayude a evaluar nuestras motivaciones. ¿Estamos haciendo las cosas para nuestra propia satisfacción, para ser reconocidos y conocidos? ¿O simplemente porque estamos movidos por amor a hacer tal acto?
Y al mismo tiempo, somos invitados a crecer en la apreciación de las cosas pequeñas y ordinarias. A profundizar que podemos ser santos no sólo siendo mártires, fundadores o gestores de grandes proyectos, sino a través de las cosas ordinarias que hacemos a diario, pero hechas con un amor extraordinario como por ejemplo, una simple caricia a un anciano o enfermo de la comunidad, un gesto de escucha atenta a alguien necesitado, palabras de aliento para levantar el ánimo en estos tiempos de Pandemia o abrir la casa o comunidad para albergar a migrantes y refugiados. Jesús nos recuerda: «Cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque pertenecen a Cristo, les aseguro que no perderá su recompensa». Al recibir su Cuerpo y su Sangre en la celebración eucarística de hoy, pidamos Su gracia que nos ayude a purificar nuestras intenciones al hacer las cosas, que busquemos no lo que es meritorio en este mundo, sino esforzarnos por complacerlo en la sencillez y en lo cotidiano de nuestro vivir, AMANDO MUCHO.
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ASIA
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