XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

«El cielo y la tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará.«Mc 13

Para llegar a esta conclusión, Jesús tuvo que hablar, enseñar, proclamar, testimoniar, aconsejar, orar, cuidar, sanar y entregarse a sí mismo. Esta es también la misión de todo apóstol actual.

De hecho, en las Escrituras, se nos dice todo lo que Jesús dijo e hizo durante su vida terrenal. Y en el episodio del evangelio de este domingo, el Señor Jesús quiere enseñar a sus discípulos sobre los eventos por venir. Podría pensar que esta es un discurso sobre el fin del mundo. No lo es. Más bien, es una invitación a vivir bien el presente, a estar atentos y siempre preparados cuando llega el momento de dar cuenta de nuestra forma de vivir en este reino de Dios. El Señor Jesús se refiere al sol que se oscurecerá en ese momento, la luna no brillará, las estrellas caerán del cielo.

Lo cierto es que la luz que brillará en estos últimos días es única y nueva; y será la del Señor Jesucristo que vendrá en gloria con los santos. Al final, en este encuentro, veremos cara a cara su rostro, a la luz de la Santísima Trinidad; un rostro radiante de amor ante el cual todo ser humano aparecerá en su total verdad. Jesús dice que la historia de todas las personas y de cada individuo tiene una meta: el encuentro definitivo con el Señor. No sabemos cuándo ni cómo será. Conocemos un principio fundamental: “El cielo y la tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará”. El verdadero gran punto, es este. Ese día, cada uno de nosotros tendrá que testificar si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado su existencia personal o si se ha apartado de ella, prefiriendo sus propias palabras. Es más que nunca el momento en el que debemos entregarnos definitivamente al amor del Padre y nos entregamos a su misericordia.

La verdad es que nadie escapará de este momento. Nos presentaremos como somos y lo que hemos dado.

Y este domingo es el Día Mundial de los Pobres. Vivir el presente es reservar toda nuestra atención al servicio de los más necesitados, orar por ellos y agradecer al Señor cada momento que nos da para servir al prójimo.

Pidámosle: «Señor, estás cerca de nosotros cuando llevamos a cabo nuestra misión que cada generación debe asumir: amar nuestro mundo, y abrir las puertas y las ventanas por donde tu Espíritu puede deslizarse para ayudarnos a descubrir la sed que tenemos de tu Palabra. »

Su Palabra no pasará.