A mi padre le encanta pescar. A mí no tanto. Vamos a ver, no tengo nada en contra de sentarme toda el día (o noche) con la caña de pescar en el agua, que aunque no pesque nada, no es tiempo perdido. La parte difícil de pescar es que para comerte lo que hayas pescado, hay que matarlo, o dejar que se muera. Hay que sacar la pez del agua, de su “zona del comfort”, de su casa, que aunque a veces sucia y es difícil sobrevivir, pero es la suya.

En el Evangelio do hoy, Jesús “pesca” a Simón Pedro, su hermano y compañeros. Les saca de sus “zonas del comfort” que aunque no perfectas (¡qué duro es bregar toda la noche y no sacar nada!), es lo que conocen. Simón se resiste, la tarea le viene grande. Le cuesta verse en lo nuevo que Jesús le quiere ofrecer. Pero es necesario para que él a su vez se convierta en “pescador de los hombres”. La vocación de Simón en adelante va a ser la de sacar a las personas de sus vidas oscuras y difíciles para ofrecerles la vida nueva. Este cambio conlleva la muerte.

Lo mismo que un pez cuando sacado del mar muere, también nos parece que morimos cuando se nos saca de lo comfortable de nuestras pequeñas vidas arregladas a nuestra manera. Parece una muerte el dejar de sólo tratar de sobrevivir para vivir algo nuevo, distinto, pleno. Y es que el crecimiento conlleva dolor y muerte. Un cristianismo que no pase por la cruz, no acabará en la resurrección. A veces cuesta creer que el paso valga la pena, que para qué esforzarnos si no estamos tan mal. Al niño que nace, su experiencia del nacimiento tiene que parecerle el fin del todo. Y es sólo un principio. Y más muertes vendrán a lo largo del camino. Y todas serán necesarias para llegar a la plenitud de vida.

 

CARMELITA MISIONERA TERESIANA