Por los 150 años, el Equipo de Identidad Palautiana presenta una recopilación antológica de la poesía palautiana; desde su vertiente mística, con el fin de ir descubriendo nuevas facetas y visiones sobre la riqueza palautiana.

PALAU: UN POETA MÍSTICO

 

“¿Quién podrá escribir lo que, a las almas enamoradas, donde Él mora, hace entender? Y ¿quién podrá manifestar con palabras lo que les hace sentir? ¿Y quién, finalmente, lo que les hace desear? Cierto: nadie lo puede; cierto, ni ellas mismas, por quienes pasa, lo pueden”[1]. (San Juan de la Cruz)

 

Con esta frase es preciso comenzar este escrito sobre la poética del Beato Francisco Palau; citando a uno de sus padres espirituales, quién desde ya nos indica la dificultad que vive quien ha experimentado a la divinidad; dificultad sublime que se enfoca en el misterio de no poder expresar con palabras lo vivido, ni encontrar moldes previos que se lo expliquen, ya que la experiencia mística es siempre única y personal.

Más, también es cierto que quienes han experimentado en algún grado el misterio que se les ha revelado han encontrado en una forma de lenguaje particular una posibilidad de comunicación, o de decir y no decir, lo que han vivido, y este lenguaje es la lírica. Si bien este estilo literario siempre le queda debiendo a la experiencia; es su subjetividad y el uso de formas literarias particulares lo que le permite dejar “entrever” algo de lo que el poeta desea expresar, aún cuando nosotros, como lectores no hayamos experimentado esa gracia; de aquí surge lo que se conoce como Poesía Mística. Esto los explica mucho mejor Afhit Hernández Villalba:

Por eso la poesía suele ser una opción, porque la configuración metalógica de la poesía ayuda a crear un esqueleto simbólico, un armazón que sirve de vehículo, que mencione de manera mínima ese evento desbordado y ante el cual el hombre prefiere muchas veces quedarse callado[2].

Obviamente incluimos sin duda a Francisco Palau en este pequeño grupo de escritores místicos; donado en 1860 de la manifestación de la unidad entre Cristo y la Humanidad; buscó la forma de expresar el descubrimiento progresivo de dicho misterio, y al parecer sin buscarlo premeditadamente, encontró en la poética un torrente de expresión, haciéndose parte así de la corriente y tradición de su familia espiritual carmelitana, que desde antiguo habían usado dicho camino.

[1] De la Cruz, J. “Cántico espiritual”, en Obras Completas, BAC, Madrid, España, 2001, n° 14.

[2] Hernández, A. Misticismo y poesía: elementos retóricos que conforman la estética mística, Revista de El Colegio de San Luis, Nueva época, Ed. El Colegio de San Luís, San Luís de Potosí, México, año I, número 2, julio-diciembre 2011, p. 14.

ALGUNOS POEMAS PALAUTIANOS

¡Iglesia santa!

Veinte años hacía que te buscaba:

te miraba y no te conocía,

porque tú te ocultabas bajo las sombras obscuras

del enigma, de los tropos, de las metáforas

y no podía yo verte sino bajo las especies

de un ser para mí incomprensible;

así te miraba y así te amaba.

Eres tú, ¡oh Iglesia santa, mi cosa amada!

¡Eres tú el objeto único de mis amores!

¡Ah! puesto que tantos años hacía que yo penaba por ti,

¿por qué te cubrías y escondías a mi vista?

¡Oh, qué dicha la mía!

Te he ya encontrado.

Te amo, tú lo sabes:

mi vida es lo menos que puedo ofrecerte

en correspondencia a tu amor.

La pasión del amor que me devora

hallará en ti su pábulo,

porque eres tan bella como Dios,

eres infinitamente amable.

Mi corazón fue creado para amarte,

ahí le tienes, tuyo es, te ama.

Yo te amo y tú sabes corresponder a mi amor:

yo sé que me amas con amor puro

y leal, firme e invariable.

Yo ya no soy cosa mía,

sino propiedad tuya;

porque te amo, dispón de mi vida,

de mi salud y reposo

y de cuanto soy y tengo.

Yo me he descubierto a ti poco a poco.

Has visto primero mi cuerpo, todas sus partes,

mi constitución física y moral,

las funciones de mis miembros y mi poder,

mi virtud y mis fuerzas;

me has admirado en las batallas

y has visto mis arsenales y fortalezas;

has podido contemplar mis riquezas

y los tesoros inagotables de virtud y gracias.

Y ahora te descubro mi cara,

te revelo mi espíritu y te muestro mi corazón

y mi amor para contigo,

porque tu amor para conmigo,

tu lealtad, tu fidelidad no ha desfallecido

en las pruebas duras, largas y pesadas

a que por ordenación de mi Padre has sido expuesto.

Yo soy toda tuya porque te amo.

Aunque hijo de Adán pecador,

yo tengo en ti sobre la tierra un amante

que me ha sido leal y fiel en las pruebas.

Jesús mío,

he ido a vuestro Padre y a mi Padre;

me ha mostrado su Hija unigénita

y me ha dicho: «Mi Hija muy amada es tu Hija».

Puesto que en su eterna sabiduría así lo ha dispuesto,

yo me rindo y me sujeto…

Yo muero de amor por ella;

Vos lo sabéis, la llamo, la busco, la veo,

pero muy en obscuras.

Estoy a su servicio;

Señor Dios mío, mandadme,

reveladme lo que queréis que haga

para agradarla y complacerla.

Vos sabéis que sobre el altar de la cruz

tengo por ella sacrificada mi vida,

mi reposo y todo cuanto tengo de más caro…

Amada mía, Esposa mía,

Hermana mía, has herido

de muerte mi corazón;

con una mirada me has revelado tus pensamientos,

te has dado a conocer a este miserable mortal.

Y viéndote, volviéndote mis vistas,

al mirarte, he quedado preso,

cautivo y esclavo de la presencia

de tu indefinible hermosura;

y manifestándome, con tu mirar

dulce y afectuoso, gracioso y atractivo,

tu inmensa amabilidad

y las afecciones de tu corazón para conmigo,

mi corazón ha quedado herido de muerte

 tu mirada me ha muerto.

Eres toda perfecta

Y por lo mismo, infinitamente amable.

Así como a la presencia del sol huyen las tinieblas

y se desvanecen todas las sombras,

a tu vista queda eclipsada toda la belleza,

y afeada la hermosura de la más bella

y hermosa de entre las hijas de los hombres;

lo que se ve de agradable entre las hijas de Adán,

no es más que un destello

de tus glorias, riquezas y grandezas.

¡Qué seré feliz el día en que no haya en mí

cosa que te desagrade!

Abre tus brazos y recibe en tu seno a este miserable viador

y peregrino que anda y viene a ti

extranjero sobre la tierra.

La mujer es una sombra que te figura

¡Oh, huyan las sombras, disípense las figuras!

¡No más sombras, no más figuras!

Vea yo sin velos la realidad;

véate yo a cara descubierta.