El Señor nos dice en este quinto domingo de cuaresma:

“Yo voy a realizar algo nuevo.
Ya está brotando. ¿No lo notan?
Voy a abrir caminos en el desierto
y haré que corran los ríos en la tierra árida”.

Is 43, 16-21
En estos días, semanas, tal vez experimentemos que vamos de camino en medio del desierto del sin sentido, del desconcierto, del asombro ante los diversos acontecimientos de la humanidad.

Y es que, después de más de dos años de COVID y sus variantes, con todo lo que ello supuso para la humanidad, nuestros países, nuestras familias, ha comenzado una guerra, una guerra…

Buscamos una explicación y no la hallamos.  ¿Cómo entender el corazón humano? ¿No fue suficiente todo el dolor vivido para reconocer lo importante? ¿Cómo asumir que la aridez de las ambiciones llegue a este punto? Y tenemos la tentación de decir ¡no aprendimos nada! Sin embargo, allí, precisamente allí, en medio del fragor, del dolor y la muerte, algo nuevo está brotando, el Señor, está abriendo caminos y haciendo correr ríos, ríos de agua viva, en la tierra árida: un clamor planetario por la paz, un rumor en los corazones que dice queremos fraternidad, queremos vivir más humanamente, queremos un mundo de verdad nuevo

El gran “detente” de la pandemia nos hizo revisar muchas cosas: nuestro estilo de vida, nuestras metas, el sentido de existencia que nos movía, el modo de construir sociedad, de relacionarnos. Fue como un hermoso despertar a una vida más humana, más fraterna, más sencilla, más libre. Y vino la guerra y nos recuerda que esto bello que brotó con tanta autenticidad hay que cuidarlo, cultivarlo, que es un tesoro en vasijas de barro y que necesitamos “agua de lo alto” para no dejarnos dominar por ese yermo que llevamos dentro.

Hoy es un domingo para la esperanza porque estamos palpando como Dios está haciendo llegar su agua a través de los muchos hombres y mujeres que estamos decididos a cuidar el tesoro del despertar a una vida más humana y más fraterna “pero en serio”. Gran parte de la humanidad se ha unido al dolor de los que están sufriendo, algunos oramos; otros se preocupan de quienes han escapado, los países vecinos los reciben, los tratan con cariño, los niños ya están en las escuelas; hay quienes sin ser ucranianos han ido a esa dolorida tierra para socorrer, arriesgando la vida con el deseo de ayudar al más débil; hay sacerdotes, religiosos y religiosas que han permanecido para acompañar al pueblo de Dios…

Este gran movimiento de compasión y solidaridad ¿No es acaso agua divina regando la tierra árida de la locura fratricida?

Hagámonos parte de esta corriente de vida, porque algo nuevo está brotando para la humanidad ¡Cómo no notarlo!

CARMELITA MISIONERA TERESIANA-AMÉRICA

 

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