En este IV Domingo de Pascua, en la persona de Cristo resucitado se revela el Buen Pastor, el Guía por excelencia de la humanidad redimida. Es en la gracia de este Buen Pastor que todo pastor es configurado, consagrado y enviado a los lugares áridos de nuestra vida para hacer resonar la voz de Aquel que reúne en su Santo Nombre a todos sus hermanos dispersos.
Esta presentación de Jesús como Buen Pastor sólo puede entenderse desde la cruz. El Buen Pastor “renuncia a su vida”. Por eso puede ofrecer a todos la vida de Dios o «vida eterna». El evangelista Juan quiere subrayar los lazos únicos entre Jesús y su Padre (“El Padre y yo somos uno”) que le permiten ser el Salvador Pastor de todos.
Como él y su Padre son uno, su misión salvadora es unirnos a él en perfecta comunión, para que en él permanezcamos en una unidad indisoluble.
En un mundo de voces discordantes y disonantes, necesitamos de esta Voz divina que nada puede alterar ni encubrir, esta Voz que nunca es muda, más fuerte que nuestras voces y nuestros ruidos, esta Voz que se hace radicalmente deseada y escuchada donde Dios y el hombre comulgan en el origen, donde el ser del hombre aprende constantemente a repetirse a sí mismo. Este lugar es la conciencia. Nuestra conciencia se hace resonar con el eco de la Voz de Dios, del Buen Pastor que gusta de cantar allí diariamente el himno de los orígenes del mundo.
Así, en esta unidad, Jesús declara que es mucho más que un pastor nacional “El Padre y yo somos uno”. Él es el Hijo, el igual a Dios que nos da la vida eterna, “la vida eterna es saber que tú eres el único Dios verdadero y tu mensajero Jesucristo” (Juan 17) no después de la muerte sino ahora. Tal es nuestra fe que nos hace hijos de Dios y hermanos de Jesucristo
El Beato Francisco Palau es muy profundo cuando dice:
“Jesús el buen Pastor – aquel Pastor que dio su propio cuerpo en alimento de sus ovejas [Jn 10,11] y que para calmar su sed les dio a beber la sangre de sus propias venas… ¡Oh secreto impenetrable! ¡Oh profundo misterio! La fe nos enseña que no falta a Jesucristo ni el poder ni el querer. Las llagas de su cuerpo, especialmente la del costado, por las que derramó por la Iglesia toda su sangre, son otras tantas lenguas que publican en altas voces el inmenso amor en que está abrasado su corazón; y tantos pasos como dio por la salvación de los hombres nos aseguran de la vehemencia del deseo que le anima por la salud de sus ovejas.” (Escritos p.11,12 n° 3,4)
CMT-ÁFRICA
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