El Espíritu de Dios, que ha querido derramarse en cada hombre y mujer de todas las generaciones de la humanidad, y que viene para hacerlo hoy en nosotros (si lo dejamos) es un Espíritu de amor, un amor creador de comunión, fraternidad, sentido de familia y pertenencia; un amor que nos quiere enseñar la belleza de la complementariedad, la acogida, el “hospedar al distinto” en la propia vida, en el propio corazón…
Cuando en este domingo le pedimos que venga trayendo sus siete dones, y lo hacemos en el silencio del corazón o en alguna bella celebración comunitaria de Pentecostés, hemos de ser conscientes que no es sólo recibirlo sino sobre todo un compromiso de dejarlo entrar y “afectar” nuestras vidas, nuestros sentimientos, dejarlo “ser” en nuestras decisiones, nuestras relaciones; permitirle permanecer en nosotros… guiando, sanando, liberando, enseñando y realizando todo aquello que sea necesario para que esa unidad que trae se haga concreta y real en nuestro mundo personales y comunitario.
A veces por esta fecha nos llenamos de llamitas y palomas y colores rojos por todos lados, y hacemos unas vigilias bellas y emocionantes, pero… ¿Y después? Cuando nos susurra en el corazón que, para construir esa unidad en lo concreto de mi vida familiar, laboral, como sociedad debemos aceptar al otro, perdonar al otro, reconocer el valor y la bondad del otro, ¿Estamos de verdad dispuestos a dejarlo actuar y dirigir y guiar?
Mientras más sincera y profunda sea nuestra celebración de Pentecostés más se prolongará en el tiempo y en nuestras actitudes, decisiones y, sobre todo, relaciones.
Dice la primera lectura que estaban reunidos en un mismo lugar… y aquí lo importante no es tanto el lugar físico en que estaban cuanto la disposición del corazón a “permanecer unidos” a los hermanos y hermanas con quienes estaban. Y estando en comunidad reciben el Espíritu y comienzan a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse, un hablar que “los va a conectar”, a poner en comunión también con quienes los escuchaban… “Acudieron en masa” dice la lectura de Hechos (2,1-11).
Y esta es la maravilla de dejarnos llenar del Espíritu de Dios, que Él nos lleva a superar diferencias, fronteras, lenguas, nos hace uno en Dios… y esta unidad en la diversidad es la que cuestiona, asombra y desconcierta, la que hace a los otros interesarse y acercase.
Estamos celebrando este Pentecostés 2022 en un tiempo en que el Papa nos hace un llamado profundo e insistente hacia una mayor sinodalidad, estamos leyendo estas palabras en un sitio web de espiritualidad palautiana que desea poner su granito de arena comunional en este hoy, estamos siendo invitados a dejarnos inundar y conducir por el Espíritu de unidad… Todos desafíos bellos y también complejos para nuestra mentalidad postmoderna.
Dispongamos de verdad el corazón y la vida no sólo para que el Espíritu venga sino sobre todo para que permanezca en nosotros, en nuestras comunidades, en nuestras relaciones.
¡Feliz Pentecostés 2022!
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA
Descargar impreso aquí: PENTECOSTÉS 2022